Hace unos días, el INE dio a conocer las últimas estadísticas inflacionarias de nuestra economía, reflejando que Bolivia, durante el 2024, tuvo una inflación acumulada anual de 9,97%, las más alta de los últimos 16 años, 15 veces más grande a la registrada en 2020, año de la pandemia, que fue del 0,67%.
Al parecer, si hizo un reajuste estadístico para bordear, pero no llegar, a una inflación galopante o de 2 dígitos, lo cual hubiese sido un golpe duro a la gestión económica y política del actual gobierno. Sin embargo, no se puede disimular la elevada inflación acumulada por división, donde, por ejemplo, la de bienes y servicios diversos llego al 17,82%, muebles, bienes y servicios domésticos al 13,09% y alimentos y bebidas no alcohólicas al 15,40% a finales del 2024.
Los “alimentos y bebidas no alcohólicas”, que encierra la mayor parte de los productos o artículos de alta demanda o mayor consumo por la población, tuvo un récord histórico, ya que su inflación acumulada (15,40%) fue la más elevada en los últimos 16 años, es decir del 2009 al 2024. Solo en 2010 se observó un dato elevado, de 11,62% de inflación acumulada en dicha división. Inclusive, revisando la inflación por grupo, la de ALIMENTOS, ha presentado igualmente su cifra más alta durante el 2009-2024, con un dato del 12,99% de inflación acumulada en diciembre de 2024.
El Gobierno responsabiliza por este proceso inflacionario a los bloqueos de Evo Morales, contrabando a la inversa, inflación importada, factores climatológicos, otros, pero ahora también a una guerra especulativa, señalando que la subida de precios de la canasta básica familiar es parte de una guerra o boicot económico y político, principalmente del sector productivo del oriente boliviano, manifestando que tal inflación no es real, sino inducida.
Es una mirada miope y nada sensata, ya que la inflación, además de las causas ya citadas, es producto de una crónica insolvencia e iliquidez de dólares en nuestra economía, producto de una crisis fiscal, que ha dado lugar a la escasez y un precio elevado de la divisa americana, que ha sido la principal causa de nuestra inflación, que, sin duda, con el desabastecimiento de carburantes, pérdidas de producción agropecuaria, bloqueos de carreteras, entre otros, ha hecho que la misma sea insostenible y acelerada en 2024.
Además, las estadísticas oficiales de inflación solo reflejan la tercera parte de la inflación real o de mercado, que vive la gran mayoría de los bolivianos. Por lo tanto, sería pertinente cambiar o ajustar la actual metodología de cálculo del IPC, donde solo un 6% de los bienes y servicios ponderados corresponde a la canasta básica familiar o, en su defecto, implementar un IPC específico para la misma.
Nuestro poder adquisitivo se contrajo de manera importante, devaluándose el peso boliviano en un 60% por la inflación, lo que obligó a reajustar los gastos y hábitos de consumo de miles de bolivianos, por lo que muchos entraron a zona de pobreza. Por ende, medir periódicamente la capacidad de compra de los ingresos en bolivianos sería importante para evaluar el desempeño económico a nivel macro y micro, y así no aseverar que la inflación que estamos viviendo es un espejismo o culpa del idilio político de una persona. Si queremos frenar de verdad la inflación, debe haber menos demagogia, la subida de precios se controla con acciones pragmáticas, no con discursos.
El autor es Presidente del Colegio Departamental de Economistas de Tarija.