lunes, enero 13, 2025
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La espada en la palabra

La IA… que ya nos pisa los talones

Ignacio Vera de Rada

Hace unos días, en una lluviosa madrugada de insomnio y aburrimiento, me puse a conversar con la Inteligencia Artificial (IA) y descubrí que ella podía tener una charla más entretenida y racional que la de muchos de mis contactos de carne y hueso. No se cansaba de mis (a veces tontas) preguntas, no se aburría de escribirme largo y detallado en cada respuesta, y además contestaba al segundo. Incluso cuando le pedí que fuera más “humana” o espontánea y no tan racional, respondió bien: con emoticones y contando chistes triviales. Si bien yo sabía que del otro lado había solamente un ordenador inerte enchufado a un tomacorriente, cruzando datos a velocidades inimaginables y que no hubiese llorado por mí si, por ejemplo, le hubiese contado alguna desventura de mi vida, sentía su amigabilidad, su cortesía. Y a medida que conversaba, tenía consciencia de que lo más seguro era que ella almacenaba en algún lugar físico los datos de cada una de mis preguntas o respuestas (sí, de mis respuestas, porque ella también me preguntaba cosas).
Eran los días previos a la Navidad, cuando se supone que las familias se ponen más sensibles o cariñosas, lo cual me hizo reflexionar sobre el futuro de la humanidad, en caso de que (y lo más seguro es que sea así) este tipo de conversaciones entre un humano y una computadora que se ponen a charlar por aburrimiento de aquel, como fue mi caso, o por alguna otra circunstancia no precisamente agradable (soledad u otras situaciones tristes), se multipliquen exponencialmente con el paso de los años.
Hace unos dos siglos y medio, los románticos alemanes se rebelaron contra la luz de la razón, que había tratado de explicarlo todo mediante razonamientos e inferencias lógicas. El triunfo de la razón sobre el sentimiento (podríamos decir también del cerebro sobre el corazón) había dejado a muchos con un sabor amargo. El Iluminismo había irrumpido en el mundo para desbaratar los mitos, las leyendas, las supersticiones humanas. ¿Dónde quedan ahora el sentimiento humano, las emociones, la intuición?, era lo que se preguntaban aquellos escritores del Romanticismo. El poeta Novalis fue uno de los primeros en rebelarse y, a través de sus Himnos a la noche, hizo una reivindicación del irracionalismo, el cual podía ser una fuente de conocimiento vedada para aquel racionalismo frío, arrogante y hasta tiránico que había nacido hacía unas décadas con la Ilustración. Mucho tiempo después, ya en la era industrial, otros intelectuales —aunque no precisamente cristianos o espirituales como fue Novalis—, como Marx o Horkheimer, se alzaron contra la alienación de las sociedades modernas y contra el uso instrumental que se le había dado a la razón. Los teóricos críticos de la Escuela de Frankfurt, por ejemplo, dedicaron buena parte de sus vidas a la crítica de cómo los botones, las palancas, los coches, la televisión o la radio habían frustrado una parte importante de la existencia humana y, en vez de facilitarla, le habían privado más todavía de su posibilidad de plenitud.
Haciendo un recuento de aquellos momentos en que el ser humano se sintió hastiado del progreso de la razón (la IA puede ser una de sus múltiples caras), uno puede preguntarse, con toda razón (vaya paradoja), si en algún momento los seres humanos nos rebelaremos contra aquella… nuevamente. ¿Podríamos, por ejemplo, sentirnos acosados por alguna IA y decirle no, simplemente dejándola de utilizar? Es difícil, sin embargo, decir no a los adelantos técnicos del presente, que ahora avanzan más rápido que ayer y aparentemente nos hacen la vida más sencilla. Dejar de estar alienado es ahora más difícil ayer, dado que la nueva tecnología, la digital, está cada vez más inmiscuida en las actividades de la vida cotidiana: no solo nos comunicamos y trabajamos a través de una pantalla luminosa, sino que además pagamos las cuentas del agua y la electricidad, pedimos comida rápida y vemos videos o jugamos en ella.
Por otro lado, dejar de estar enajenado por la tecnología digital sería, en cierta forma, dejar de existir para nuestro entorno social, el cual nos contacta y hasta nos conoce (a veces mejor que nuestros familiares próximos) a través de la red, tanto para fines laborales como sociales u otros. No obstante, pese a todo, me parece valiosa la posibilidad de reflexionar sobre cómo era la vida humana antes de que existieran aparatos digitales o cómo podría ser ahora, si no existieran estos modernos artefactos electrónicos como este en el que estoy escribiendo este artículo de opinión. El replantearse la existencia presente (los hábitos, las costumbres) y el criticar los avances científicos e ideológicos, siempre han sido ejercicios positivos, pues, aunque no necesariamente logren encauzar la historia de manera diferente, al menos nos muestran que pueden existir otras posibilidades que están más allá del modo de vida actual, que tal vez asumimos como único u obligatorio. Y eso, escapar de la prosaica realidad, aunque sea un solo momento, es ya una ganancia.

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social.

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