La situación actual de Bolivia —con una aerolínea estatal que tiene el monopolio aéreo y que cada vez presenta más problemas, con un internet que está entre los más lentos del continente y con una situación económica que, entre otras cosas, no permite realizar pagos por internet de más de aproximadamente 30 o 40 dólares por semana ni retirar dólares de las entidades bancarias— es muy similar a aquella de siglos pasados, cuando Bolivia, a diferencia de sus vecinos como Argentina, Brasil o Chile, vivía desconectada del mundo y ajena al progreso debido a las luchas internas entre caudillos inescrupulosos. Y es que ese su aislamiento no se debía tanto a las condiciones difíciles que la geografía le había impuesto cuanto a la falta de visión y preparación de la mayor parte de sus gobernantes. Para darnos cuenta de que incluso en situaciones adversas, con gente preparada y honesta, se puede salir adelante, hay que ver la historia de países que, contando con geografías difíciles, ahora son prósperos y construyeron apreciables democracias que, al día de hoy, son referentes regionales. Para no ir lejos, ese fue el caso de la vecina República de Chile.
Aunque parezca increíble, en este mundo interconectado por el internet y los modernos medios de transporte (como el jet o los trenes de alta velocidad), todavía puede haber países desconectados de muchos aspectos del carro de la modernidad. Hace poco, por ejemplo, se supo que Bolivia tiene un internet más lento que el de Venezuela. En este sentido, uno puede preguntarse —y con toda razón— si se justificó la compra del satélite Túpac Katari por parte del gobierno de Evo Morales, satélite que en diciembre de 2013 los chinos pusieron en órbita y que costó a los bolivianos 300 millones de dólares. Uno puede preguntarse también por qué Bolivia no cuenta con la señal de Starlink y concluir con facilidad que eso se debe a que existen reparos ideológicos —irracionales, claro está— que hacen que un gobierno izquierdista como el de Bolivia no acepte los servicios de un multimillonario como es, en este caso, el sudafricano Elon Musk. En esto, Bolivia forma parte de un reducido grupo de países —en el que están Rusia, Irán, Venezuela o Corea del Norte— que, con el pretexto de resistir a la cultura occidental, se niegan a abrirse a ciertos beneficios para la gente, como aquel de Starlink.
Por otro lado, volar en los aviones del Estado se ha vuelto otro problema, pues desde hace algunos años los vuelos de BoA salen demorados y con frecuencia las maletas de los pasajeros se extravían; por si eso fuera poco, hace unos días la turbina de uno de los aviones se incendió, poniendo en riesgo la integridad física y aun la vida de 137 pasajeros y 7 tripulantes… La verdad es que aquella empresa estatal —como muchas otras— está desde hace varios años en una franca decadencia, y dado que no existen otras aerolíneas disponibles, los viajeros no tienen otra posibilidad más que viajar en aquellas inseguras aeronaves… siempre con el Jesús en la boca. Con esto se demuestra una vez más que el Estado no es un buen administrador de empresas y que la falta de competencia fomenta la mediocridad.
Todo esto ha colocado a Bolivia en una situación de aislamiento frente al mundo. Es, pues, la soledad de los países —en realidad, de los gobiernos— que deciden anteponer prejuicios ideológicos a los beneficios de la modernidad, los cuales, quiérase o no, ya forman parte de una cultura universal.
Aislada del mundo…
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