Con motivo del aniversario de la fundación del Estado Plurinacional, diversas voces gubernamentales han destacado la efectividad del Modelo Económico Social Comunitario Productivo (MESCP), que celebra 19 años del período neoestatista. Entre las declaraciones oficiales, resalta la nota de prensa del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, que pone énfasis en los avances de ciertos indicadores clave. Sin embargo, un análisis más detallado revela que las cifras presentadas son incompletas y, en algunos casos, tergiversan el verdadero impacto del modelo en la economía nacional.
El ministerio asegura que el crecimiento económico promedio durante el MESCP ha superado al de la era neoliberal, registrando un aumento del 4.3% anual frente al 3% del período anterior. No obstante, este cálculo no considera que los primeros años del neoliberalismo estuvieron marcados por la recuperación tras la crisis hiperinflacionaria del estatismo previo. Además, se omite deliberadamente el año 2020, cuando la pandemia provocó una contracción económica significativa. Aunque el gobierno de transición liderado por Jeanine Añez estuvo a cargo durante gran parte de ese año, las políticas aplicadas mantuvieron la lógica del modelo neoestatista, evidenciando su fragilidad frente a choques externos. Por otro lado, el cálculo incluye el año 2021, caracterizado por un rebote económico tras la pandemia, impulsado más por una recuperación global que por la implementación de políticas económicas internas efectivas.
Más allá de estas imprecisiones, es importante señalar que el desempeño económico del período neoestatista se explica en gran medida por el auge de los precios internacionales de las materias primas que Bolivia exporta, como el gas natural, los minerales y los granos. Este contexto externo, y no las políticas implementadas localmente, fue el verdadero motor del crecimiento registrado. En una investigación que fue publicada en la Revista Latinoamericana de Desarrollo Económico concluí que el boom de los commodities fue el principal responsable del crecimiento económico observado. Este fenómeno no solo permitió un aumento del PIB per cápita, sino que también encubrió la falta de diversificación productiva y el escaso desarrollo industrial del país.
En cuanto al salario mínimo, aunque los incrementos nominales han sido significativos y se presentan como un logro del MESCP, es crucial analizar su impacto real. En términos de poder adquisitivo, los beneficios para los trabajadores han sido limitados, especialmente frente a la alta informalidad laboral. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la informalidad afecta al 85% de la población económicamente activa, una cifra alarmante que refleja la precarización del empleo y la falta de políticas efectivas para fortalecer el mercado laboral formal. Este fenómeno no solo deteriora la calidad de vida de millones de bolivianos, sino que también profundiza las desigualdades estructurales del país.
En el ámbito social, indicadores como la pobreza y la desigualdad mostraron avances durante el auge económico, pero estos resultados están más vinculados al incremento de los ingresos fiscales generado por el boom de los commodities que a las políticas del MESCP. Mi investigación evidencia que el índice de desarrollo humano experimentó mejoras marginales durante este período, lo que cuestiona la sostenibilidad de los avances en un contexto de crisis económica como el actual.
El aumento del valor de las exportaciones es otro de los puntos frecuentemente destacados por el oficialismo. Sin embargo, este crecimiento fue impulsado casi exclusivamente por los altos precios internacionales y no por un cambio estructural en la economía. Bolivia no solo ha mantenido su dependencia de los hidrocarburos y minerales, sino que ha perdido mercados estratégicos para productos manufacturados, como el de Estados Unidos. Por ejemplo, las exportaciones de productos textiles, que alguna vez fueron significativas, han disminuido drásticamente debido a la falta de competitividad y apoyo a la industria nacional. Esta falta de diversificación económica ha incrementado la vulnerabilidad del país ante las fluctuaciones de los mercados globales, perpetuando una dinámica de dependencia que limita el desarrollo a largo plazo.
La deuda externa, presentada como un logro del período neoestatista, también requiere un análisis más crítico. Aunque el Gobierno destaca una reducción en los niveles de endeudamiento, esta disminución fue resultado de negociaciones internacionales realizadas durante el período neoliberal, en el marco de iniciativas como la Iniciativa para Países Pobres Muy Endeudados (HIPC). Esto pone en evidencia que parte de los logros atribuidos al MESCP tienen raíces en políticas implementadas antes de su instauración.
Un indicador económico que no se menciona en la nota de prensa del ministerio es el déficit fiscal. En los últimos años, esta cifra alcanzó niveles alarmantes, como el 10.90% del PIB en 2023. Este desequilibrio refleja una gestión ineficiente de los recursos públicos y un uso intensivo del financiamiento interno mediante el Banco Central, lo que ha generado una mayor emisión monetaria. Esta práctica ha agravado las presiones inflacionarias, junto con la escasez de divisas también causada por una deficiente política económica en este campo.
En conclusión, el desempeño económico del período neoestatista no puede ser atribuido al MESCP, sino al contexto internacional favorable y a las condiciones heredadas del neoliberalismo, como los descubrimientos de reservas gasíferas que permitieron capitalizar el boom de los hidrocarburos. En términos estructurales, el MESCP ha demostrado ser inefectivo, tanto en tiempos de bonanza como en épocas de crisis, dejando a Bolivia frente a profundos desafíos económicos y sociales que exigen un replanteamiento integral de sus políticas de desarrollo.
El autor es Economista con Ph.D. en Ciencia Política y Relaciones Internacionales.