Jamás hubo lealtad en política. Exigir este rasgo sería como pedir peras al olmo. Los intereses particulares desvirtuaron esa cualidad que inspira confianza, seguridad y compañerismo. Ni en los grupos que comulgaban una determinada ideología hubo tal cosa. Siempre alguien se salió del quicio. La lealtad fue reemplazada por la deslealtad. El elemento disociador que ha quebrantado las relaciones construidas en tiempos difíciles inclusive.
Es ostensible hoy la deslealtad contra la población de parte de quienes detentaron el Poder en el Estado Plurinacional. En contra de sus sectores votantes, inclusive, que viven ahora inmersos en la incertidumbre. Por la excesiva subida de precios de los componentes de la canasta familiar, de medicamentos y material escolar, que se hace notorio desde la gestión pasada. Todo ello eleva el costo de vida que golpea con dureza a la ciudadanía, que ha perdido su poder adquisitivo. Personas necesitadas apenas sobreviven en tiempos de austeridad debido al agotamiento de nuestros hidrocarburos. Otras con enfermedades de base sufren para adquirir sus remedios que hoy cuestan “un ojo de la cara”. Padres de familia con dos o tres hijos no saben cómo solventar la educación de ellos. La deserción escolar puede multiplicarse a raíz de esta difícil coyuntura. Tal realidad empaña el año del Bicentenario.
Para llegar a esta situación, los mandamases de turno encarpetaron sus principios, fundamentos y bases programáticas. Olvidaron sus propuestas y ofertas electorales. Se alejaron del pueblo inmerso en el hambre. Intentaron controlar la actividad privada con fines de asfixiarla. Priorizaron sus intereses particulares e ignoraron al ciudadano de a pie que pedía un futuro llevadero. Que exigía cambios que le permita alcanzar un nivel de vida digno. Mejores condiciones de vida para desarrollarse debidamente en este mundo en transformación permanente. Pero parece que el afán de perpetuarse en el Poder fue determinante. Y no retrocedieron en sus acciones.
Algunos personajes de la misma línea se retiraron de la política hastiados por la deslealtad. No soportaron el complot que armaban a su alrededor sus propios colegas. Intereses particulares se sobreponían a intereses comunes. Nadie ha salido íntegro de ese medio donde se tramaban cosas inverosímiles. Donde se hacía patético el desencuentro. Quizá pocos se hayan salvado.
La deslealtad provocó en el pasado el “colgamiento” de un dignatario de Estado. Ha promovido la caída de gobiernos. El fraccionamiento, asimismo, de partidos en función de gobierno. La deslealtad juega un papel preponderante para devastar la unidad y el entendimiento. Por medio siempre estuvo el cálculo político que muchas veces ha caído en serias imprecisiones. La lealtad en este contexto fue considerada como un factor impertinente y absurdo.
En suma: los políticos, de cualquier tendencia ideológica, deberían priorizar la lealtad, en sus actividades respectivas, para construir una democracia sólida, de cara al Siglo XXI. Y como un paradigma para quienes vienen.
La lealtad en política
Severo Cruz Selaez
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