lunes, marzo 10, 2025
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La virtud como marca país: un llamado a la reflexión

Marcelo Miranda Loayza

La virtud ha sido considerada desde la antigüedad como el pilar fundamental para la construcción de sociedades justas y prósperas. Aristóteles y Kant coinciden en que la virtud es la base de la moralidad y la ética, elementos esenciales para el buen funcionamiento de una nación. Sin embargo, en Bolivia, pareciera que estos principios han sido relegados al olvido.
En el contexto de un país que se acerca a su Bicentenario, la falta de virtud en la sociedad se hace evidente en la violencia, la corrupción y la injusticia. Más de 75 fallecidos en época de Carnaval demuestran el exceso y la falta de responsabilidad de los ciudadanos. Estas cifras son sólo una muestra de un problema mucho más profundo: la crisis moral y ética que atraviesa Bolivia.
El sistema de Justicia, lejos de ser un reflejo de la virtud, se ha convertido en una herramienta de venganza y manipulación. En lugar de garantizar el bien común, parece responder a intereses individuales y políticos. La justicia, cuando se pervierte, deja de ser un medio para la armonía social y se transforma en una fuente de caos e incertidumbre.
Por otro lado, la influencia de los actores políticos en los últimos 20 años ha sido determinante en la decadencia ética del país. Lejos de representar modelos a seguir, son ejemplos de corrupción, abuso de poder y desinterés por el bienestar común. La normalización de estos comportamientos ha generado una sociedad que imita estos patrones destructivos.
El narcotráfico, la pedofilia y la corrupción son prácticas que se han arraigado en la estructura social boliviana. Estas acciones no sólo dañan la imagen del país a nivel internacional, sino que también perpetúan un ciclo de impunidad y degradación moral.
Los infanticidios, asesinatos de mujeres y ancianos y la violencia en generalizada, reflejan una falta de valores y una insensibilidad creciente en la sociedad. Los accidentes de tránsito causados por el alcoholismo y la imprudencia son una muestra más del desprecio por la vida y la falta de responsabilidad ciudadana.
Los secuestros y las ejecuciones a plena luz del día evidencian la fragilidad del Estado y la ausencia de un verdadero sentido de comunidad. Vivimos en una sociedad donde la impunidad es la norma y la justicia una excepción.
Frente a esta realidad desoladora, surge una pregunta ineludible: ¿qué podemos hacer para revertir esta situación? La respuesta está en la reconstrucción de los valores y en la educación como herramienta fundamental para la recuperación de la virtud.
La educación no debe enfocarse en la transmisión de conocimientos, sino también en la formación de ciudadanos con principios sólidos y comprometidos con el bien común. Sin una base ética, cualquier intento de desarrollo será efímero y superficial.
Sin embargo, la educación por sí sola no es suficiente. Se requiere un compromiso real de la sociedad en su conjunto. La familia, como primera escuela de valores, debe asumir su rol en la formación de ciudadanos íntegros.
La justicia, como pilar fundamental de cualquier nación, debe ser reformada para garantizar su independencia y transparencia. Un sistema judicial corrupto sólo perpetúa la impunidad y desmotiva a quienes buscan actuar con rectitud.
La reconstrucción de Bolivia no es una tarea sencilla, pero es urgente y necesaria. Estamos en un punto crítico, donde únicamente tenemos dos opciones: cambiar o sucumbir al caos.
Bolivia tiene potencial para ser un país próspero, pero sólo si sus ciudadanos deciden cambiar su mentalidad y adoptar la virtud como un principio rector. El bicentenario debe ser una oportunidad para la reflexión y el cambio.
La historia nos ha demostrado que las naciones que basan su desarrollo en valores sólidos logran prosperar. Bolivia no puede ser la excepción. La virtud debe convertirse en nuestra verdadera marca país.
Si queremos un futuro mejor, debemos actuar ahora. La reconstrucción de la patria está en nuestras manos. ¿Estamos dispuestos a asumir el reto?

El autor es teólogo, escritor y educador.

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