Las nubes grises que cubren los cielos bolivianos van en sintonía con la actual situación económica del país. Una serie de decisiones desacertadas, enmarcadas dentro de un modelo económico inefectivo, han llevado a Bolivia a una de sus etapas más complejas en su historia. El riesgo de una estanflación —estancamiento económico con alta inflación— es cada vez más evidente. De acuerdo con el Banco Mundial, el crecimiento económico de Bolivia en el último año fue de apenas 1,4%. Asimismo, la inflación interanual hasta febrero ya supera el 13%, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Este escenario se agrava con los recientes acontecimientos en el sector energético. En días pasados, autoridades gubernamentales admitieron déficit en el abastecimiento de diésel para sectores productivos, lo que ha derivado en largas filas en estaciones de servicio. Esta situación no solo genera incertidumbre, sino que también podría traducirse en una aceleración de la inflación y en un posible desabastecimiento de bienes de primera necesidad.
La escasez de combustible tiene un impacto directo en los costos de producción, ejerciendo una presión alcista en los precios. Particularmente en el sector agropecuario, la falta de diésel ha generado pérdidas considerables. Un caso alarmante es el del Beni, donde se estima que la cosecha de arroz ha sufrido un déficit de 5.000 hectáreas debido a la imposibilidad de acceder al combustible necesario para la producción. Sin embargo, los efectos no se limitan al agro. Sectores clave como el transporte y la industria manufacturera también enfrentan dificultades crecientes. La paralización del transporte de mercancías puede traducirse en retrasos y escasez en los mercados, mientras que el aumento en los costos de producción industrial se trasladará inevitablemente al consumidor final.
Frente a esta crisis, el Gobierno ha optado por atribuir la situación al congelamiento de la aprobación de créditos en la Asamblea Legislativa. Sin embargo, no se aclara que dichos préstamos no son de libre disponibilidad y que su destino principal son obras públicas, por lo que no representan una solución estructural al problema económico actual. Mientras tanto, las medidas gubernamentales han sido insuficientes. Los intentos de mantener el subsidio a los hidrocarburos sin ajustes estructurales han generado una presión insostenible sobre las finanzas públicas, y la falta de reservas internacionales limita aún más la capacidad de respuesta.
Las soluciones deben ser profundas y sostenibles. No basta con eliminar el subsidio a los hidrocarburos o modificar el sistema cambiario. Es imprescindible acompañar estas medidas con una reducción efectiva del déficit fiscal y una reforma integral que restablezca la confianza en la economía. Si bien estas decisiones podrían traer costos sociales en el corto plazo, postergarlas solo prolongaría la crisis.
Un aspecto crucial a considerar es si el actual gobierno tiene la capacidad de implementar las reformas necesarias. En este sentido, la historia ofrece precedentes de líderes que, ante situaciones críticas, optaron por medidas responsables. Tal como Hernán Siles Zuazo tomó la difícil decisión de adelantar elecciones en un contexto de crisis, la actual administración debería evaluar opciones que prioricen el bienestar del país. De lo contrario, la economía boliviana seguirá recibiendo golpes como los descritos en Los Heraldos Negros, de César Vallejo, impactos sucesivos que tambalean su estabilidad y castigan, sobre todo, a los más vulnerables. Como en los versos del poeta, estos golpes “son pocos; pero son… abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte”. La incertidumbre económica sigue abriendo esas zanjas en el tejido social boliviano, y sin un cambio de rumbo, la crisis seguirá marcando con fuerza el destino del país.
El autor es Economista. con Ph.D. en Ciencia Política y Relaciones Internacionales.