Desde el 31 de marzo del año 2007 existe la llamada Hora del Planeta (Earth Hour), que nos exhorta a apagar las luces del lugar donde estamos (el hogar, la oficina, una tienda), con el fin de que la humanidad recuerde que el mundo que habita enfrenta desde hace varias décadas una severa crisis ambiental que debe ser resuelta por aquella misma mano que la causó: la del propio hombre.
La iniciativa comenzó en las ciudades de San Francisco y Sídney, y en los años posteriores cientos de ciudades se fueron adhiriendo. Las luces representan esa técnica imparable que no cesa de avanzar, aquella razón instrumental que ya fue criticada por varios filósofos a partir de los años 40 del pasado siglo. Esa razón que hizo posible las bombillas, los coches, los jets y los electrodomésticos, todos ellos que facilitan la vida humana, pero que al mismo tiempo van deteriorando los aires que respiramos, los suelos que pisamos y los ecosistemas en los cuales viven miles de especies de inofensivos animales. Entonces, en la Hora del Planeta aquella razón instrumental entra en un breve periodo de receso, se apaga, para recordarnos que reflexionar sobre el uso de energías renovables es perentorio si queremos legar un mundo habitable a nuestros hijos y no terminar exterminando a los animales.
En el prólogo a la primera edición de su Dialéctica del Iluminismo (1947), los filósofos y sociólogos alemanes Max Horkheimer y Theodor Adorno escribieron: “No tenemos ninguna duda —y es nuestra petición de principio— respecto a que la libertad en la sociedad es inseparable del pensamiento iluminista. Pero consideramos haber descubierto con igual claridad que el concepto mismo de tal pensamiento, no menos que las formas históricas concretas y las instituciones sociales a las que se halla estrechamente ligado, implican ya el germen de la regresión que hoy se verifica por doquier”. Tal es la advertencia. Esa regresión no es otra que la destrucción del hombre por el mismo hombre. E iniciativas como la Hora del Planeta proponen, aunque sea un breve tiempo de reflexión, para que pensemos hacia dónde nos dirigimos como especie y en qué condiciones dejaremos el mundo cuando ya no existamos en él.
Este año la Hora del Planeta se hará mañana, sábado 22 de marzo, a las 20:30, y en Bolivia se celebrará en todo el país. La contaminación de aires, ríos y lagos y la deforestación de millones de hectáreas de bosques son hechos objetivos, evidentes, y luchar contra éstos no tiene que ver con alguna receta de derechas o izquierdas, sino solo con una lectura razonable y humanista de la realidad. El deshielo de los glaciares andinos y la consecuente crisis hídrica serán de aquí a unas décadas o lustros un problema social realmente tremendo si no son tomadas acciones ahora. No mañana: ahora. La protección de la capa de ozono, los ríos y los lagos es un imperativo que debe ser asumido al mismo tiempo que la lucha contra la pobreza, el narcotráfico o una guerra mundial. Cristianos, ateos, socialdemócratas, liberales, conservadores, budistas, todos deberíamos unirnos en esta causa y poner nuestro grano de arena para mitigar este problema. Estamos todavía a tiempo de frenar la catástrofe.
La Hora del Planeta
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