sábado, marzo 22, 2025
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Desde la tierra

La reelección, la maldición de los políticos bolivianos

Lupe Cajías

¿Cómo hubiese transcurrido este último lustro si el presidente Luis Arce Catacora hubiese desistido desde un principio de su reelección? Es muy probable que le hubiese ido mejor. Quizá la disputa con su mentor Evo Morales no hubiese llegado al profundo barranco actual. Quizá se hubiese dedicado más a entender cómo funciona la administración de un Estado. Quizá la prensa hubiese podido tener otros asuntos más trascendentales para cubrir. Quizá.
Nunca lo sabremos. La historia se escribe sobre hechos y no sobre especulaciones. Las interpretaciones ideológicas y teóricas de los contemporáneos o de los investigadores posteriores no los modifican.
El periodista historiador tarijeño Eduardo Trigo preguntó cuatro veces al presidente Víctor Paz Estenssoro cómo evaluaba su reelección en mayo de 1964. El jefe del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), después de resumir con una visión retrospectiva los disturbios en La Paz y la conspiración desde Cochabamba, confesó a su amigo: “pienso que fue un error ir a la reelección aceptando la postulación de mi nombre para la presidencia de la República. No creí que fuera tan profundo el sentimiento contrario a la reelección”.
Paz Estenssoro, en la quietud de su retiro en San Luis, abrió su mente y su corazón como pocas veces al amable escritor. En 1956, después de su primer periodo aclamado por obreros y campesinos, había preferido aceptar una embajada en Europa, desde donde atendió múltiples invitaciones a dar conferencias y visitas con líderes internacionales. Volvió para candidatear en 1960, cuando la Revolución Nacional mostraba sus primeras fisuras y limitaciones. Ganó ampliamente junto a Juan Lechín y completó las primeras tareas, además de lograr una presencia mundial como nunca tuvo un presidente boliviano.
“En esta materia, debo hacer una confesión: estaba encandilado por los resultados positivos que mostraba la acción del gobierno, tal como lo mostraba el crecimiento del Producto Interno Bruto que superaba el ocho por ciento anual”. Pese a ello, una gran protesta ciudadana lo sacó hasta Lima, apenas tres meses después de su nueva posesión. Los bolivianos son profundamente contrarios a las reelecciones.
Volvió en 1985, en otras condiciones. A pesar de conseguir sus objetivos en ese nuevo mandato, aprendió la lección y no intentó mantenerse en el escenario político.
Hace un siglo, una acción conjunta de pueblo y conspiradores sacó de la silla presidencial a Hernando Siles por querer seguir en el poder. Siles había llegado a la presidencia con el 97 por ciento de los votos calificados en las elecciones de 1925. Aunque enfrentó desde el principio tensiones políticas y conflictos sociales, fue un mandatario popular porque emprendió las grandes transformaciones económicas, administrativas y en comunicaciones para modernizar Bolivia. Le tocó gobernar en el Centenario, al que dio un toque nacionalista.
Los ambiciosos de su entorno lo convencieron de que podía prolongar su mandato fijado inicialmente hasta 1930. Siles no escuchó el consejo de otros veteranos, como el expresidente Ismael Montes que conocía esas lides. Su empeño culminó en sangrientas protestas estudiantiles en junio de ese año, la conspiración de jóvenes militares y su precipitado destierro.
Evo Morales pudo ser el presidente boliviano más aclamado dentro y fuera del país si se hubiese retirado en 2010, como era el pacto de la Constitución que regía cuando llegó al poder y pudo volver triunfante. Sin embargo, su ambición pudo más. La angurria de Álvaro García Linera lo impulsó para repostular el binomio en 2014, dando una falsa interpretación a la normativa. Fue el inicio del final.
La soga fue tirada hasta el quiebre del 16 de febrero de 2016. Con el desconocimiento de su derrota, Morales enterró su figura para la historia. Se llevó al lodo a tribunos, a magistrados, a los árbitros electorales. Tres años después, con su terco empeño terminó escapando. Hoy es una piltrafa y sus aduladores han cambiado de cancha.
Jeanine Añez pasó de ser una desconocida beniana a una figura aclamada por aceptar el reto que le había tocado desempeñar. Pronto, los susurros de sus adláteres nublaron sus logros para pacificar al país. Desconoció rápidamente el rol de Eva Copa y de otros parlamentarios que ayudaron a salvar al país de una guerra civil. Con el respaldo de Samuel Doria Medina anunció su candidatura. No solamente cayó ella y su extraviado gabinete. Con su ambición arrastró a toda la increíble gesta ciudadana que había sacado pacíficamente a Evo de la plaza Murillo.
El presidente Luis Arce insiste en ser candidato. Le irá muy mal.
Ante el descalabro económico, debería renunciar a esa posibilidad. Al mismo tiempo, es imperativa la amnistía general e irrestricta para todos los presos, perseguidos, exiliados por causas políticas. Con solo esos dos gestos políticos, la presión que hierve estos días bajará más que lo que se busca con diálogos improvisados o propagandas ilusas.

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