“Tocopilla, Cobija y Calama; Mejillones en el Litoral, nuestra Patria constante reclama, Antofagasta en las playas del mar”, recuerdo cantar cuando estaba en colegio, aún retumba en mis oídos aquella música, y los cánticos de infantes que no entendían lo trascendental de la letra; un llamado a la justicia que hasta el momento no ha sido escuchado.
En medio de una pobre educación —como lo fue y sigue siendo la enseñanza en Bolivia—, mi abuelo que en paz descanse, y mi padre, fueron quienes me salvaron de ingresar en un ambiente repleto de tergiversaciones; evitando que me contagie, de ese pensamiento derrotista que tanto daño nos hace a los bolivianos, una venda que impide ver la realidad.
Se nos dice que el conflicto entre Bolivia y Chile fue una guerra, sin embargo, fue un golpe a mansalva, pues no hubo declaratoria de guerra hasta concluir su asalto. La ocupación de nuestro territorio se suscitó el 14 de febrero; el 19 llegaron las noticias a Tacna; nuestro chasqui partió el 20, y llegó a La Paz el 25, al promediar las once de la noche.
Es importante mencionar que el nefasto mensaje tardó en llegar, porque nuestro país carecía de servicio telegráfico, y tenía muy pocas rutas con caminos de herraduras. También se nos dice que el presidente Hilarión Daza, ocultó la noticia de la invasión; con lo referido anteriormente, se demuestra que fue una vil calumnia.
Nunca existió negligencia alguna, mucho menos la postergación de la defensa por querer seguir festejando el Carnaval; por el contrario, ni bien el gobierno se enteró, inmediatamente tomó las medidas necesarias para defender la soberanía. El General Daza junto a su gabinete, trabajó toda la noche hasta el día 26 de febrero, para lanzar un manifiesto y dos decretos.
Declarando a la patria en peligro y estado de sitio, conforme a la prescripción del artículo 25 de la Constitución de ese entonces; y concediendo amnistía amplia, sin restricciones a todos los ciudadanos bolivianos que por motivos políticos estuvieron enjuiciados o fuera de Bolivia, con la certeza de que el país está por encima de todo.
El 5 de abril de 1879 Chile recién nos declaró la guerra, posterior a semejante atropello; luego de fusilar al leal Maldonado —de quien lamentablemente desconocemos su nombre—, un joven de 19 o 20 años, conocedor de las sendas secretas que conducían al vado de Yalquincha, y que por desgracia fue interceptado por la avanzada chilena; prefirió la muerte antes que traicionar a sus compatriotas.
Después de acabar con la vida de Fernando Marquina, un labriego humilde que, con la obtención de diez mil pesos por vender una mina de plata, pudo haberse ido lejos junto a su familia, pero antepuso su patriotismo y se quedó a defender Bolivia; luego de victimar al Capitán Menacho y catorce soldados igual de valerosos.
Después de descargar su impotencia, en el cuerpo del venerable Eduardo Abaroa Hidalgo, un civil dedicado al comercio, que eligió ofrendar su sangre a cambio de la redención. La figura de Abaroa es tan sublime que se convirtió: “en el hombre boliviano que sorprendió a los dioses, derribando de un puntapié las puertas de la Gloria, para instalarse sin más trámite entre ellos”, tal como lo definió el poeta Man Césped.
¡Bolivia despierta! Debemos sentirnos orgullosos de los héroes que tenemos, la invasión que afrontamos en el Litoral jamás fue una derrota, es la prueba indiscutible de nuestro valor y superioridad; si no es así, ¿cómo se explica que una división de 1.500 chilenos bien pertrechados, apenas pudo contra 135 bolivianos escasamente armados? Nuestro reclamo es incuestionable, nuestro derecho es irrenunciable; así fue ayer, así es hoy, así será mañana y siempre.
El autor es Comunicador, poeta, artista.