Los gobiernos de turno nos han dejado inmersos en la incertidumbre y la desesperanza. Prueba de ello es la escasez de combustibles, la ausencia del dólar y la costosa canasta familiar, elementos que pusieron en vilo la estabilidad democrática. Que han deteriorado inclusive la imagen de aquellos en un año electoral que será decisivo para el país. La solución a esta compleja realidad siempre estuvo en manos de quienes detentaron el Poder desde el 2006. Solo ellos tenían la facultad para asumir las medidas, que el caso ameritaba, de cara al futuro de Bolivia. Otros personajes ajenos a ese esquema podían reiterar criterios o dar a conocer propuestas, al respecto, en un marco estrictamente político. La solución no fue competencia de ellos.
Se habló mucho, en días precedentes, acerca una posible desestabilización del sistema político vigente, a raíz de la crisis económica. En 1982 se creía que la democracia era el antídoto para acabar con la pobreza, el hambre y la miseria. “El hambre no espera, todos a San Francisco”, decía el civilismo que propugnaba el cambio. Aspectos que no habrían sido atendidos oportunamente por los regímenes autoritarios. La ciudadanía soñaba en ese contexto con mejores condiciones de vida bajo la égida democrática. Pruebas al respecto abundan.
Aquella realidad de la crisis económica, social y política, que golpea duramente a la población, hubiera convulsionado de una manera incontenible a la nación boliviana, en el pasado. Entonces hubieran surgido los “salvadores” de toda laya. La historia es riquísima en estos temas. El futuro se torna hoy incierto y no sabemos, por lo pronto, cómo sobreviviremos a los efectos adversos, como consecuencia de la debilidad financiera del Estado Plurinacional. En ese marco la turbulencia social se cierne nuevamente sobre el país exigiendo soluciones para problemas urgentes. He ahí “la gota que colmó el vaso”.
La crisis económica se apoderó de Bolivia en su bicentenario. Recaen sobre ella amenazas de convulsión social y de movilizaciones en diferentes regiones. Se comenta inclusive de una posible renuncia del presidente de la República. Y cierta corriente política exige que la máxima autoridad de la administración pública decline a su candidatura para que atienda prioritariamente los problemas concernientes al país.
El Ejecutivo, por cálculo electoral o interés particular, no dictó medidas, que la difícil situación económica requería. No pudo evitar, en consecuencia, los efectos desastrosos del problema, que apremian hoy a ricos y pobres, a urbanos y rurales. Que pretenden posponer las proyecciones de crecimiento sostenible. Al extremo que Bolivia no dispone de recursos para adquirir diésel que mueve la economía. Ha permitido que la bola de nieve crezca, amenazando empañar no solo la institucionalidad democrática, sino la imagen del país en el ámbito internacional. Ahora estamos envueltos en serios conflictos sociales.
En suma: los políticos, sin detenernos en la tendencia ideológica ni en la sigla que los caracteriza, están conminados a volcar sus esfuerzos, dejando de lado sus intereses particulares, en la construcción de un futuro estable, con mejores condiciones de vida.
Futuro incierto
Severo Cruz Selaez
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