El pasado viernes 21 de marzo, hacia la mañana y el mediodía, las calles del centro de La Paz se encontraban intransitables debido a los desfiles por el Día del Mar. Para cualquier persona, y sobre todo para choferes y pasajeros de los vehículos, aquellas demostraciones marciales son un verdadero dolor de cabeza, pero para las personas cultas y críticas son además un fenómeno digno de estudio, ya que no puede sino intrigar el porqué de esa especie de puesta en escena melodramática que, año tras año, rememora un hecho doloroso que, para ser sanado, requeriría no desfiles, sino trabajo y creatividad con mirada de futuro.
Esos desfiles son en gran medida irracionales. En primer lugar, porque se cree que con ellos se alimenta el espíritu nacionalista (lo cual, efectivamente, sí puede ser cierto) y, sobre todo, porque se piensa que con ellos se podrá, de alguna forma y en algún momento, llegar a obtener soberanía en las anheladas costas del Pacífico.
El grueso de los bolivianos siente una aversión injustificada hacia los chilenos actuales. ¿Acaso éstos tienen algo que ver con una guerra ocurrida hace 147 años y sus consecuencias para el progreso de Bolivia? En este caso, se trata de un odio a una entidad abstracta, construida durante decenios por el discurso nacionalista y victimista, mediante un mecanismo cognitivo basado en la estigmatización categorial: la entidad “los chilenos invasores” o sencillamente “Chile”. Los seres humanos en general siempre hemos actuado así. Los nazis, por ejemplo, crearon entidades abstractas a las que había que odiar, como los homosexuales o los judíos, y lo propio hicieron los comunistas de la URSS. Esto se debe a que, para poder manejar una gran cantidad de datos y comprender muchos factores, en palabras sencillas, para poder comprender la realidad, la inteligencia humana simplifica, codifica y una manera de hacer esto es agrupar, formar categorías y clasificar. Una educación crítica y científica (que, hoy, Bolivia no posee) puede desmontar ese tipo de creencias infundadas que promueven la belicosidad y el victimismo.
Hay muchas cosas que se podría poner en cuestión sobre la versión boliviana de los hechos de la Guerra del Pacífico. Para empezar, pese a que esto pueda parecer a los bolivianistas una especie de sacrilegio. Con un espíritu crítico y realista, también se podría atribuir algo de (o mucha) culpa a los mismos bolivianos por aquella desmembración geográfica, pues cuando inició la guerra, en febrero de 1879, se celebraban los carnavales y es muy posible que el gobierno de Daza actuara con negligencia debido a los festejos y el consumo de alcohol, muy frecuente en aquellos gobiernos militares decimonónicos.
En conclusión, los desfiles del 23 de marzo, lo que hacen es cultivar una conciencia victimista y poco crítica con el pasado, deberían irse eliminando, el cual claramente no quiere decir que se deban eliminar los elementos folklóricos, la cultura propia ni el recuerdo de los próceres de la libertad. Se puede promover una cultura respetuosa con los mayores y el pasado glorioso, pero al mismo tiempo crítica, analítica y cuestionadora.
Un mar de desfiles
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