miércoles, marzo 26, 2025
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La espada en la palabra

El peligro de la regresión

Ignacio Vera de Rada

Estoy leyendo el libro Biografía de la inhumanidad (Ariel, 2021), del ilustre filósofo y ensayista español José Antonio Marina, quien, junto con Javier Rambaud, es autor también de una célebre Biografía de la humanidad (Ariel, 2018).

Aquel libro, luego de explicar ciertas pulsiones aparentemente innatas del ser humano y que no son precisamente pacíficas o compasivas, hace un breve recorrido macrohistórico de aquellos eventos y circunstancias en que el ser humano se mostró agresivo, violento y hasta cruel y sádico. Pues al lado de las progresivas y lentas conquistas sociales, como la abolición total de la esclavitud (que llegó en Mauritania vergonzosamente tarde, en 1980) o los derechos humanos (conquistados en la primera mitad del Siglo XX), los sapiens se mostraron notablemente violentos (“salvajes”, “bárbaros”) en ciertos eventos, lo cual hace dudar de la irreversibilidad de sus conquistas beneficiosas.

Según varios historiadores y filósofos contemporáneos, como el mismo Marina, desde una perspectiva satelital o macrohistórica, los seres humanos, cuando se liberan del miedo, el odio y el dogmatismo, van convergiendo hacia una sola y misma civilización (básicamente, a un mismo modo de entender la vida, que en palabras sencillas es la aceptación de la democracia) y los hechos de violencia extrema serían solamente pequeños escollos, casi anécdotas, en el gran decurso de la historia; desde esa perspectiva, lo que cabría esperar sería la eventual eliminación de los impulsos violentos que mancharon de tanta sangre y mojaron con lágrimas las páginas de la historia universal. El capital cultural, que se transmite de generación a generación a lo largo del tiempo a través de la educación tanto en el hogar como en las escuelas, y en el cual está contemplada la democracia (al menos en la mayor parte del mundo), iría eliminando aquellos conceptos irracionalistas como el de la superioridad de la tribu, de la raza o de la religión.

Sin embargo, aquellos prejuicios, que finalmente son también parte de un capital cultural (es decir, modificable) y, según Marina, los que dieron paso a las cazas de brujas o las ordalías, no serían los únicos factores de la inhumanidad, pues también tendríamos que atribuirles cierta culpa a los probables motivos “naturales”; es decir, aquellos con los cuales nuestro cerebro podría estar configurado desde antes de que nacemos. También varios pensadores, sobre todo psicoanalistas, neurocientíficos y psicólogos, se han ocupado de ello, sin llegar hasta el presente a respuestas definitivas.

Hasta aquí, mucho es inferencia y deducción filosófica (valiosas, por cierto). A lo que me interesa llegar es a la reflexión sobre las democracias actuales en el mundo. Ciertamente la historia es irrepetible y, al mismo tiempo, maravillosamente repetitiva; en ella se halla una dualidad parecida a la de los sapiens, quienes, con estar configurados para aprender conceptos y abstraer, son al mismo tiempo extraordinariamente inocentes y empecinados en repetir los errores que sus antepasados cometieron mil veces. En este sentido, no me parece descabellado pensar en que las instituciones, como los Parlamentos o los tribunales independientes, puedan desaparecer en el futuro o por lo menos seguirse debilitando más. No se debe olvidar, pues, que un gran porcentaje de países son lugares donde el mito y la leyenda son más potentes que la racionalidad y la crítica. Pero aun democracias relativamente bien consolidadas, como EEUU, Francia, Italia o Alemania, podrían, pues nada asegura lo contrario, revivir viejos prejuicios, mitos o leyendas nacionalistas o de otro tipo. En América Latina los mitos nacionalistas no tienen la fuerza necesaria para cambiar el orden mundial, ya que los mismos países y sus economías no son tan fuertes como los anteriormente mencionados; pero en ellos otro tipo de mitos, como los que predican con extraordinario éxito los populistas y demagogos que de tiempo en tiempo aparecen, pueden encontrar masas electoras y seguir dañando sus frágiles democracias.

Bolivia es un claro ejemplo en el cual el mito de la inmaculada nación nacional-popular, no solo en tiempos del MAS, sino en realidad desde siempre, ha calado profundo, despertando nostalgias y recuerdos (muchos de estos inventados) obsesivos a los que es imposible regresar, pero que incitan a la belicosidad. Solo espíritus amantes de la objetividad histórica pueden darse cuenta de que la historia está hecha, en gran medida, de relatos así y de que estos fueron los causantes de tanta regresión periódica y de tanto sufrimiento.

 

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social.

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