Estamos en el tiempo que la Iglesia católica —de la que casi todos los políticos se declaran hipócritamente fieles— pregona practicar la reflexión y el arrepentimiento, entre otros comportamientos que deben nacer del fuero más íntimo de los cristianos. Pero, claro, aquello de decirse gente de fe atiende más bien a un discurso políticamente correcto en un país abrumadoramente creyente, que a una convicción verdadera.
A cuatro meses y medio de unas elecciones que determinarán el futuro inmediato de Bolivia, pedir conductas políticas asociadas no a la espiritualidad, pero por lo menos a la ética, es pedir peras al olmo, y de esa inconducta ninguno de los actores que hoy son el centro de la política está exento.
Para nadie que tenga una interpretación correcta de la inmundicia que rodea al evismo, al arcismo y últimamente al androniquismo, es desconocido que, aunque entre ellos las diferencias son inocultables, el MAS está reducido únicamente a la ambición del poder por el poder, porque incauto sería creer que en ese partido existen diferencias de visión política. Prevalece la toma del poder para llenarse los bolsillos y fomentar la corrupción, y ya no es aventurado decir que la lascivia y la parafilia son rasgos de muchos de sus dirigentes. La pugna por una sigla que ha marcado uno de los periodos más oscuros en la política boliviana hace del evismo un opositor al gobierno, pero no de ideas, sino de codicia.
En la otra oposición, en aquella que, en sus inicios, despertó la complacencia de los hastiados del autoritarismo de casi un quinto de siglo, las cosas no son mejores. En esa aparente unidad democrática y de desinterés personal, en la medida que el tiempo corre, se ha demostrado que, desde el inicio del “desprendido” acuerdo, había solo dos contendientes que no han tenido escrúpulos para aliarse con quien a su paso se han tropezado. Uno de ellos, el más verboso, no ha tenido melindre para alquilar la sigla de un partido con tendencia comunista, aunque de existencia únicamente formal, pero tampoco para incorporar a su precandidatura a exponentes de la ultraderecha regional cruceña.
El otro aspirante a la candidatura de la farisaica unidad opositora, el lacónico, no le ha perdido pisada a su oponente y ha hecho alianzas con personas naturales que pretenden ingenuamente ser representantes de personalidades jurídicas traducidas en partidos políticos que, por sí solos, no tendrían más oportunidades que postularse al directorio de una junta vecinal.
El mandato tácito de un país que, en su mayoría, les demandó desde hace muños años unidad ante los excesos de gobiernos encabezados primero por un lujurioso y por un impostor y mentiroso patológico; continuado por otro que ha terminado de hundir al país, ha recalado en una competencia desleal, egoísta y ojalá no de consecuencias irreparables para Bolivia. Demás está decir que quien, de ese acuerdo democrático y unificador de la oposición, funge como articulador o coordinador, no ha exhibido más que negligencia, demostrando una vez más que lo suyo es la producción intelectual y no la política.
El corolario de tan triste espectáculo opositor es la candidatura de Súmate, del hoy alcalde cochabambino, quien no solo ha desoído el clamor de una unidad para derrotar al masismo en todas sus versiones, bien que pudo haber competido en una encuesta única. Hay una inocultable afinidad con el arcismo. Sus varias adhesiones hacen honor al nombre de su partido, pero la realidad es que las percepciones de su principal aliado, que en su fanatismo religioso califica a la mujer como inferior al varón, ha de restarle los también importantes números que estadísticamente parecen favorecer a la cabeza de la alianza, aún si es Reyes Villa quien logre la candidatura.
Aquel animal político que en la definición aristotélica es capaz de transformar el Estado en beneficio de la sociedad, no parece estar reflejado en nuestro contexto político, porque en las relaciones sociales o políticas entre los hombres, nada se puede sin que entre ellos haya un carácter o cualidad moral, según el filósofo.
Somos espectadores de un proscenio de representaciones políticas melodramáticas e inmorales; y como los partidos políticos —instrumentos obedientes de los hombres— no planifican ni piensan, con hombres sin ética estamos al borde de una calamidad también moral.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.