jueves, noviembre 28, 2024
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Lo diabólico y la sociedad

El mal es básicamente la ausencia del bien. Para la religión cristiano-católica se relaciona con la idea del pecado, convirtiendo así el mal en una ofensa directa contra Dios. Ya en pleno Siglo 21 la idea del mal simplemente se ha relativizado, a tal punto que muchas actitudes, situaciones o actitudes que antiguamente eran consideradas como malas, hoy son prácticamente normales, por lo que no son consideradas como negativas.

Entrar en una discusión filosófica sobre la existencia del bien y del mal es caer en saco roto, ya que la sociedad hedonista en la que nos desenvolvemos se ha esforzado para que el ser humano vea el dilema del bien y del mal como una simple discusión casi folklórica y de escasa relevancia. Esto por una simple razón: una sociedad sin preceptos morales claros es más fácil de engañar, disfrazando lo malo como bueno y tildando lo bueno como algo malo, o por lo menos anticuado. Por ello, en este pequeño espacio simplemente trataré de explicar cómo llegó el mal a penetrar en nuestra sociedad.

El mal tiene dos frentes en los que se desenvuelve a la perfección, el primero es el social–individual. En este ámbito el mal se camufla hábilmente, entrando poco a poco en nuestro diario vivir y, a la vez, va construyendo una cultura casi institucionalizada de lo maligno, en la cual la maldad se hace latente día tras día, infectando todo el entorno del ser humano. En este sentido, vivimos en una cultura donde el odio, las guerras, los regímenes totalitarios (disfrazados de demócratas), etc., forman parte de nuestro día a día; esto debido a la sutileza con que la educación y las redes sociales han ido relativizando el mal. Vivir en una sociedad con estas características trae consigo sintomatologías que antes simplemente no eran comunes: depresión, soledad, consumo de alcohol y drogas, angustia y suicidio, etc. Estos son solo algunos de los males que aquejan al individuo como tal, ya que, al vivir en una sociedad llena de miedos y fobias, hace que la persona no solo se sienta insegura de sí misma, sino que también mire con desconfianza a todo aquel que le rodea.

Un elemento esencial para la inserción del mal en la sociedad es la negación de la presencia de Dios, ya que una humanidad sin FE es mucho más fácil de manipular y engañar y, por ende, mucho más sencilla de destruir. Es por esta razón que existan menos familias sólidamente constituidas, para la sociedad del Siglo 21 la familia ya no es esencial, es más, si se puede llegar a prescindir de ella, mucho mejor. Existe otro ámbito donde el mal puede hacerse presente, éste se encuentra ajeno a la realidad y al tiempo, es decir, no se lo puede percibir, pero no por ello significa que no está ahí. En contadas ocasiones este mal puede llegar a hacerse presente en una persona, un objeto o un lugar determinado; en caso de que esto suceda, la percepción espacio-tiempo se ve seriamente comprometida. El objetivo de este ataque frontal del mal es el mismo: destruir el corazón y el alma del ser humano.

A estas concentraciones del mal se les suele llamar “posesiones demoníacas” o «lugares embrujados». Existen algunas características propias que se dan en estos casos que hacen que se pueda determinar si existe o no una posesión demoníaca, en primer lugar la repentina sensación de olores fétidos y nauseabundos que antes simplemente no existían, ruidos y perdidas de objetos cotidianos (llaves, dinero, etc.), los cuales  desaparecen en un lapso de tiempo determinado, para volver a aparecer en lugares inverosímiles, cambios bruscos de personalidad, que van desde una depresión profunda hasta ataques violentos de ansiedad o ira; el repudio a objetos religiosos (crucifijos, agua bendita, sacramentales, etc.) es también una señal clara de posesión. El objetivo principal del mal viene a ser siempre el mismo: destruir la familia como base de la sociedad.

El mal, como vemos, actúa directa o indirectamente dentro de nuestra sociedad.  Se disfraza con palabras bonitas y seductoras. El demonio es un «engañador» por excelencia, cuyo único afán es destruir al ser humano, para ello jamás va a escatimar esfuerzos para destruirlo. ¿Qué hacer ante esto? Lo único que se necesita para alejar al mal, es la Fe en el amor de Dios. Es por ello que una vida de oración ahuyenta al maligno, ya que donde esta Dios, el mal simplemente no tiene cabida.  (Efesios 6:11).

Es tiempo de empezar a orar por nuestras familias y por nuestro país.

 

Marcelo Miranda Loayza, Teólogo y Bloguero.

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