En 1847 nace Thomas Alva Edison, una de las mentes más brillantes de la humanidad, en un tiempo de mucha violencia física, psicológica hacia los niños y adolescentes. Entonces el maestro “sabía” todo, a fuerza de amenaza, de amedrentamiento, de burlas, críticas. Con términos despectivos, decía que el niño, el adolescente, no sirve, está muy atrasado, es torpe, lento mentalmente, por no poder escribir, por no poder leer, por no poder decir que dos más dos es cuatro, por no repetir la sarta de patrañas que, en esa época, a fuerza de humillación y violencia, supuestamente enseñaban. Con mucha coacción, gritos, castigos físicos y maltratos psicológicos, imponían sus conocimientos, que eran “la verdad absoluta”.
Estos maestros a plan de autoritarismo y de humillación al niño, hicieron del aula su reino, donde no había más palabra y más ley que la que estos abusivos imponían. Al frente estaban autoridades educativas de ese entonces que no sabían dónde estaban paradas, pero por afinidad política y manipulación de la voluntad de su monarca, su presidente, éstos ocupaban cargos de esa naturaleza, sin conocer un ápice de la pedagogía, de la psicopedagogía, de respeto, dignidad y los derechos del niño, niña, adolescente. Era prácticamente tierra de nadie.
En esta época de violación a los derechos humanos fundamentales del niño, niña y adolescente, cuando se imponía el conocimiento por medio de la intimidación, el miedo y la humillación, lo sorprendente es que el niño Thomas Alva Edison es expulsado de su escuela, por ser retrasado, dicen algunos relatos, por ser un niño torpe, lento en relación con el gran avance de sus compañeros. Era un niño negligente, flojo, dicen otros, y su maestro lo expulsa, porque según él, el niño no podía aprender y no era para él la escuela, mandándole una carta con tan duras palabras que matarían sus sueños e ilusiones, su auto estima, su alegría, su vida, en caso de que el indefenso niño las pudiera leer.
Entrega la carta a su madre, y ella le dice todo lo contrario a la misiva, le dice que es el niño más inteligente de su escuela y que ésta ya no tiene más para enseñarle y que de ahora en adelante, su madre lo educaría. Con amor, motivación, respeto, dignidad, de manera pro activa, con una actitud siempre positiva, con paciencia, con palabras siempre de aliento, creyendo siempre en su potencial innato para triunfar, así educó y formó a una de las mentes más brillantes de la humanidad. El mundo conoce de Thomas Alva Edison sus numerosos aportes e inventos, dejó su huella incólume para toda la eternidad.
En Bolivia tenemos un sistema educativo anquilosado, que refleja las mismas taras de antaño, es más de lo mismo. Siglos atrás se decía que un niño no sirve, no puede, es retrasado, no puede escribir rápido, recto, bonito, no puede leer claro, fuerte y demás. Esas taras del pretérito siguen hoy, con un sistema educativo abusivo, de humillación y maltrato, donde el docente es el rey, el único que sabe todo, dueño de la verdad, del conocimiento. El estudiante (niño, niña y adolescente) ya no es más un ser humano, es un objeto, una máquina, al que tiene que, a fuerza de calificación, de humillación, castigo, burlas, adjetivos despectivos, meter el conocimiento en su mente.
Bueno, solo ellos creen que es así, en aulas donde están muertas las ilusiones, pasiones y gustos por las humanidades, donde se criminaliza la práctica deportiva, se criminaliza el soñar, el tener un pensamiento crítico. Donde el profesor de matemáticas piensa que el mundo gira en torno al dos más dos, donde la docente de lenguaje piensa que sabe todo y que su clase es para ganar una calificación vacía, que más responde solo a la mnemotecnia y que está por encima del pueblo, y merece el premio Nobel de Literatura, por repetir cada año la misma teoría obsoleta y cansina.
En Bolivia es normal maltratar y burlarse del estudiante, porque tarda en aprender. El docente dice que no sirve, que no aprende, que es retrasado, molestoso, impaciente, que no se concentra en clases, que no sirve para el estudio. Afirma que es el peor estudiante porque no puede escribir rápido, no puede sumar, restar, ni leer, porque no puede memorizar y repetir líneas vacías de libros que no le interesan. Le grita que no puede jugar, que deje vacía y en silencio la cancha de su colegio, le prohíbe reír, le dice que no puede criticar, opinar. Al estudiante le prohíben todo, hasta soñar y volar con su imaginación. Matan en sus escuelas sus sueños, sus aspiraciones, cuando ellos solo quieren ser niños con felicidad, con sus habilidades, virtudes, con sus grandes dudas e inquietudes, que estos maestros y dueños del conocimiento no pueden ver, porque tienen egos tan grandes que los dejan perplejos, por sus afanes narcisistas.
Pero hasta un ciego puede ver que el conocimiento está dentro de nosotros, lo único que tenemos que hacer es sacarlo a la luz, desde nuestro interior. Es decir, nuestras innatas habilidades, talentos e inquietudes que tenemos, lo que de verdad queremos hacer en nuestra vida, donde les demos rienda suelta para realizar a plenitud lo que hemos soñado. Pero que nuestros sueños y aspiraciones no sean solo para nosotros, sino para servicio y ayuda a toda la humanidad. «Yo solo sé que nada sé». Niño, niña y adolescente, ustedes pueden, ustedes saben, ustedes tienen el potencial, tienen el conocimiento dentro suyo, solo tienen que descubrirlo y sacarlo a la luz. Estudiante, cree en ti, nunca dejes que nadie te diga que no puedes.
Hoy las unidades educativas se volvieron “fábricas de matar sueños”, que, a plan de gritos, miedo, humillaciones, violencia, intimidación con la calificación, preparan técnicos, operarios y obreros sin poder de decisión, sin opinión, sin pensamiento crítico, como zombis, para que engrosen las fábricas del capitalismo que solo succiona la vida, las aspiraciones y los sueños de los proletarios.
El autor es abogado.