jueves, septiembre 5, 2024
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¿Por qué el apuro?

En toda familia siempre hay relatos, anécdotas, que suelen salir a “la luz”, cuando nos reunimos los integrantes de la misma, preferentemente de manera virtual, por cómo andan los “tiempos covidianos” –o al menos a través de un correo electrónico. Muchos de ellos se pierden con el paso del tiempo y se los retoma, generando en la mayoría de los casos sonrisas, que inclusive podrían trasladarse genéticamente. ¿En serio?
Tengo un conocido –casi hermano, por los años de amistad– que me contaba que un familiar suyo dormía con los zapatos puestos (desacordonados), para ganar tiempo, dormir un poco más y al bajarse de la cama, solo debía cambiar la pijama por el pantalón (previo aseo) y la camisa que había dejado lista en la noche anterior; con desayuno preparado por una esposa que se levantaba mucho antes, no solo para atenderlo a él, sino también a la prolífera “camada” de hijos(as) que debía asistir a la escuela.
Pero, este apuro, ¿realmente se hereda? Si el relato del segundo párrafo, lo interpretásemos como de una persona cumplidora, de trabajar excesivamente por tener una familia que mantener, inclusive en muchas ocasiones pasando por ello a un segundo plano a la descendencia, en el sentido afectivo; de tratar de garantizar que los menores y jóvenes alcanzasen metas superiores en su formación como estudiantes y posteriormente como profesionales, lo que él no pudo lograr, siendo un ejemplo a seguir, categóricamente diría que SÍ.
Obviamente en este sentido habrá discrepancias entre usted y yo, estimado lector, y se preguntará ¿por qué no ser más medido, ecuánime, planificado? ¿Por qué andar el día entero estresado? No me refiero a ir a los extremos, ya que no siempre resulta pertinente.
Les confieso algo: un estudiante que se destaca, por entregar primero sus trabajos, participar (de forma moderada, pero siempre en modo asertivo), cuyos resultados evidencian madurez, solidez en la palabra (escrita o verbal), sus argumentos manifiestan una investigación previa adecuada y confiable, tarde o temprano capta la admiración de sus compañeros de clase y profesores.
A lo anterior le suma, ayudar a sus compañeros de estudio, promoviendo que TODOS cumplan con los compromisos individuales, previamente establecidos, para la entrega en tiempo, sea una exposición a través de un foro, plenario u otra modalidad.
Sin embargo, hay personas que exponen que «las prisas no son buenas para nada», y pueden tener razón, claro está, aunque yo me apunto y apoyo lo expresado por un rey de España, Fernando VII, oración dicha al ver que uno de sus sirvientes no atinaba a vestir al monarca antes de una importante reunión (*).
¿Cuál era la susodicha frase? “Vísteme despacio, que tengo prisa”, una frase digna de reyes que, estamos seguros, deberíamos repetirnos los unos a los otros varias veces al día.
Es más, creo que la misma sería una adecuada vacuna para las personas que estudian o trabajan en modo “perezoso”.

(*) Otros autores han puesto la expresión en boca de Napoleón o Carlos III.

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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