martes, octubre 1, 2024
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¿Seleccionamos bien a nuestra pareja?

Transitar por un centro de compras, tienda, supermercado, ir a la playa para contemplar el mar en el verano, nos da la posibilidad de ver a las familias, es decir a esposos, esposas hijos e hijas. Además se nos permite ver cómo se cumplen las leyes de Mendel, las cuales deben su nombre al científico austriaco Gregor Mendel (1822-1884) que rigen la herencia genética, por la cual encontramos parecidos entre los miembros de la familia. Aunque tal vez por allá sacó algo del abuelo o hay duda, cómo dice la canción: “… el negrito es el único hijo tuyo”. Podemos identificar además a las parejas disparejas.
Vemos disparejos en el tamaño, ya que ella o él al querer pasar el brazo por la cintura realmente se lo pasa por el hombro; qué decir del peso o la masa, uno es delgado y el otro “hermoso” (por supuesto me refiero a los miembros de la pareja heterosexual). Y en el caso de la diferencia en edades, ella es casi una niña y él casi le duplica la edad, en el mejor de los casos.
Es posible, siendo el tiempo infalible, donde no hay retorno a la hermosa juventud, de aquel día cuando se juraron “… hasta que la muerte nos separe”, ni era tanta la diferencia en cuanto al tamaño de las personas, ni en el exceso de peso o masa, justificando en que al principio no comían tanto, pero después de casados, no saben por qué, se le abrió a uno de ellos un apetito voraz.
¿Y en cuanto a los años de diferencia? Al principio no se notaba, años después sí se notaba. Quién mejor testigo (no el espejo) que cuando comparamos una foto de cuando éramos jóvenes y la época actual, se observa la diferencia, puesto que las hojas de los almanaques no pasan en balde.
La clave de haber escogido sanamente, si así fuese (obviando la posible posición económica o de interés de él o la posible candidata, pensando en una vida menos laboriosa y complicada) es el amor, que a veces resulta ciego, porque al principio todo es amor y después cuando se descubre las semejanzas o diferencias en cuanto a gustos, o gastos es sí, amor.
¿Qué decir de aquellos o aquellas a quienes les van pasando los años y no encuentran de “que palo arrimarse” o el esperado príncipe azul típico de los cuentos de hadas que no aparece ni por los santos espirituales y aunque sea en el “último tren, en el último vagón” o bien sea un sapo encantado, que van “de viaje”, aunque no sea la mejor opción?
No queda duda, que las posibles reflexiones en la nota de hoy pueden generar sonrisas o ratificar que efectivamente “a mí me sucedió”. El problema está en que a veces nos damos cuenta tarde, bien porque ha pasado toda una vida o porque a pesar de lo hermoso, lo alto o lo bajo, lo que funcionaba y que dejó de funcionar, quien ganó fue el amor. Algo por ahí, quién sabe, fue lo que más le atrajo obviando otras cualidades, virtudes, unas mejores, otras peores.
Por cierto, ¿cuál fue su caso?

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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