sábado, agosto 3, 2024
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La fábula y su moraleja

La fábula es un género literario que consiste en un relato de pura invención, basado en un fondo de verdad o puede también estar inspirado en hechos reales, unas veces escrito en prosa, muchas en verso y otras en teatro, que contiene una provechosa lección o enseñanza moral. Es decir, que al arte de la obra estética (estilo, técnica, inspiración, etc.) y la fuente de recreo que produce (esparcimiento, deleite, distracción, etc.), se añade de alguna manera el concepto de la utilidad (beneficio de cualquier tipo para el entendimiento o la conciencia). Hay que reconocer que la fábula, en general, estimula al lector con bastante eficacia hacia determinada dirección espiritual, ética y racional, valiéndose de su expresivo lenguaje de ejemplos, alegorías y simbolismos, empleados con profusión en el correspondiente texto literario, cuyos valores resaltan su sentido artístico, que es fundamental. Después, viene su carácter pedagógico para todos, más o menos marcado, dado que el hombre –siempre– necesita estar recibiendo o recordando oportunos consejos, orientaciones, sapientes directrices y advertencias para navegar con criterios acertados por el mar revuelto y de turbias aguas de esta procelosa existencia. Y de esta manera conseguir el éxito en todas las manifestaciones de la humana actividad, evitando el fracaso. Hay que admitir que los fabulistas de todos los tiempos, aparte de su vocación literaria, han dispuesto de una buena dosis de experiencia y sabiduría, que hábilmente han transmitido a sus trabajos con noble fin; pues, estaban convencidos, como es evidente leyéndoles, que la cultura, la moral y el sentido común, juntos y asociados, forman la base primordial para el progreso de los individuos y de los pueblos de nuestro planeta. Las fábulas no son solo para los escolares. En realidad, disfrutan más con ellas los adultos que, con su madurez y conocimiento de la vida y de las cosas, saborean con hondura toda la razón con que están descritas. Hasta podríamos decir que constituyen una fácil forma de filosofía, puesta al alcance del pueblo. Porque muchas fábulas, sean en cualquiera de sus modalidades de verso, prosa o teatro, incitan a discurrir. Y ya, en este camino, estamos en el mundo del pensamiento.
El origen de la fábula es antiquísimo. En Europa se remonta a los griegos, siglos antes de nuestra era, que, a su vez, la aprendieron de las culturas orientales, siendo sus directos herederos los literatos latinos. En todas las épocas ha habido geniales cultivadores de la fábula. En la literatura española e iberoamericana tenemos muchos y eminentes autores y abundantes obras de este tipo en cualquiera de las modalidades citadas. En los albores de las Letras castellanas, en plena Baja Edad Media, surge con fuerza la figura del fabulador (como más destacados Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y el Infante don Juan Manuel), para seguir con una magnífica legión, en constante aumento, durante el Renacimiento y siglos posteriores con nombres harto gloriosos y fecundos, hasta esta centuria, también pródiga de autores hispanos de este género. En la rica Literatura de los países de habla española en América, existen también estupendos ejemplos de fabulistas, cada uno con su brillante y pecualiar personalidad. Se puede mencionar muchos nombres. Solamente voy a hacerlo con los más eximios de la gran nación mexicana: Sor Juana Inés de la Cruz, José Joaquín Fernández de Lizardi, Luis de Mendizábal, José Rosas Moreno, Rodolfo Menéndez y Amado Nervo.
Hoy tal como están las cosas en el mundo, la fábula con sus enseñanzas tiene especial importancia. Pues, estamos comprobando que las tecnologías más avanzadas y sus espectaculares conquistas, no bastan para hacer venturosa y feliz a la desorientada Humanidad de nuestros días, tan sumida en profundas crisis y quebrantos, que ha olvidado, erróneamente, básicos principios.

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