martes, julio 23, 2024
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Si un pueblo altera su verdad, complota contra sí mismo

Por principios de vida, cada gobierno, cada pueblo, debe tener como vocación el actuar con honradez y responsabilidad; lo contrario implicaría engañar a su propia conciencia y acostumbrarse al sofisma y al engaño para conseguir lo que limpiamente no puede lograr. Lo que hace es adquirir una costumbre que con el tiempo puede ser parte de su vida, hasta en perjuicio de sus seres más queridos. Mucho se tendría que decir sobre las desgracias cernidas sobre la humanidad tan solo por alteración de la verdad, usando el engaño, la mentira y los sofismas para conquistar lo que por méritos no se puede. Guerras y grandes conflictos han irrogado ganancias a quienes, sin tener valores en la vida, alcanzaron lo que no merecían, como riqueza y poder.
Algunos países grandes, poseedores de bienes sin límite, lograron lo que quisieron, recurriendo a lo indebido, mediante negociaciones injustas o por el peso de las armas, pero las consecuencias de tal accionar son cargadas en sus naciones y en sus pueblos. Y es que el ser humano es responsable de su propia desgracia y de momentos de aflicción y dolor. Por ende, son los hombres los responsables de sus conductas positivas o negativas. Es preciso, pues, que cada ser humano actúe de acuerdo con su conciencia y la fuerza de sus propias virtudes, de otro modo solo construirá sus propios caminos que no siempre pueden ser los adecuados.
Con razón se dice que los pueblos son constructores de sus desgracias o de las bendiciones que logran de Dios. Son los individuos los que creen que la Divina Providencia todo lo tiene que dar por añadidura, pero no siempre puede ser así, porque el Señor cuando otorga algo lo da por amor y nunca debido a intereses creados, puesto que Él es el autor de lo bueno que pueda tener el ser humano.

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