martes, septiembre 3, 2024
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Un atisbo a la naturaleza humana y el transhumanismo

Marco Antonio Canedo Rejas

Parte I

Autores como Nietzsche, Heidegger, Gadamer, Foucault, Ricoeur, entre otros (citados en Zaá, 2023), hacen referencia a una “narrativa científica”, la que se puede comprender como la perspectiva que se tiene en realidad sobre la filosofía. Una filosofía del mundo de la vida, del entretejido de conocimientos, de las relaciones ineludibles, singulares, irrepetibles, inverificables, así como de la experiencia de lo vivido; que no tiene que ver con las cuantificaciones o experimentos en laboratorio, sino con aquella que está ligada a la narratividad del que asume el pensamiento. De acuerdo con ello, la teoría del conocimiento resulta ya no en algo preestablecido, pues en todo caso, en algo que se inventa, proyecta y construye, pues en la actualidad se manifiestan relatos, narraciones e interpretaciones, frente a las verdades metafísicas. Por lo que Nietzsche manifestaba que solo hay interpretaciones de los hechos y según ello, el mundo puede ser explicado de maneras muy diferentes, pues tiene muchos sentidos o perspectivas.
Siguiendo la noción de Nietzsche y la referencia planteada por los demás autores, es importante comprender que dentro de la Filosofía, –aquella entendida como el conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, el hombre, el universo y el conocimiento en general–, ya no hay nada estable, definitivo o permanente, ya no se tienen reglas de un mundo esencial, ya no hay referentes, ni sustancia ni causalidad ni identidad; pues todo queda enmarcado dentro de la interpretación y la narratividad del sujeto cognoscente, dentro de un entretejido complejo.
La filosofía que hasta el momento ha permitido conocer y dar respuestas para la comprensión del mundo, queda ya enterrada ante los conocimientos que surgen de las ciencias y las técnicas, en esa precisamente “era técnica”, denominada así por Martin Heidegger, en la que se desarrolla el mundo actual. Heidegger hacía referencia a que se necesitaría un tipo de Dios, que permita dar las pautas para entender los eventos que vienen sucediendo, pues la filosofía tradicional no encuentra respuestas para ello.
Ante esta situación se presenta, del mismo modo, la propia naturaleza humana, que depende de una cultura que en muchos sentidos crea estándares y convenciones a los que todos se adhieren. Estas convenciones suelen expresarse en términos de opuestos: bien y mal, bello y feo, doloroso y placentero, racional e irracional, intelectual y sensual. Creer en esos opuestos da al mundo una sensación de cohesión y comodidad. Imaginar que algo puede ser intelectual y sensual, placentero y doloroso, real e irreal, bueno y malo, masculino y femenino, es demasiado caótico e inquietante. La vida, sin embargo, es más fluida y compleja, pues los deseos y experiencias no son contemplados en esas nítidas categorías.
Por otro lado, tal a como hacía referencia Thomas Hobbes y de acuerdo con las características que se manifiestan en la actualidad, el humano llega a considerarse como esencialmente individualista y egoísta, antes de ser un ser sociable. Su estado natural se torna guerrero contra todo aquel que interfiera en su bienestar y goce. Con ese propósito, los hombres que se encuentran en una posición privilegiada, instituyen en la sociedad la necesidad de poder y fuerza que absorbe los derechos y las libertades de los demás. Se puede comprender que estas características humanas surgen a partir de las condiciones que denotan la actividad humana en relación con las demandas sociales y la cada vez más imperante necesidad de alcanzar los objetivos rápidamente y/o de la manera más sencilla. En este hecho tienen bastante repercusión las implicancias de la tecnología y la ciencia, las cuales permiten descubrir modos y formas más convenientes a los intereses de la humanidad.
Ante todas esas circunstancias, la filosofía sobre la naturaleza humana deberá prever con seguridad, un sin número de ambigüedades, para tratar de explicar la complejidad y el caos que implica comprender todos estos menesteres, pues en una misma naturaleza, pueden tener lugar aspectos contrapuestos, como dos tipos de morales, a las que Nietzsche se refería como una moral del “señor de sí mismo” y una “moral de rebaño”. En la primera, bien y mal equivalen a noble y despreciable y como parte de ello se rechaza o considera como malo, todo aquello que denote debilidad; y por bueno, todo aquello basado en la fe a uno mismo y/o el orgullo propio. Por el contrario, es en la moral de rebaño que se considera como bueno, las cualidades que denotan debilidad, como una manera de hacer llevadera una condición de obediencia y critica del orgullo y la fortaleza.
En ese entendido, el modo de actuar del humano en la actualidad viene gobernado por las condiciones que le denota su entorno, entre el bien y el mal, y través de ellos. Por lo que la esencia de las cosas se funde con los propósitos y anhelos humanos y esto da lugar a nuevas perspectivas de entendimiento, para las cuales la filosofía tradicional deja de tener una explicación convincente y surge así una nueva concepción de humano, el “post humano”.
A partir de la perspectiva del post humano son abordados los rasgos del estilo de pensamiento post moderno, desencadenado por la industria cultural, tecnológica y científica de este tiempo, donde se promueve un arte descentrado, sin profundidad, vago en la hora de comprometerse con la verdad, poco objetivo, ecléctico, que acaba con las fronteras del conocimiento y las culturas, así como de lo real y lo irreal. Entre esos rasgos surge el transhumanismo, una corriente de pensamiento que, en su concepción más radical, es definida como una tendencia tecnológica y de pensamiento hacia el futuro “[…] que no acepta las tradicionales limitaciones del ser humano, como las enfermedades, la muerte y otras deficiencias de la biología” (Maherl, 2008).

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