martes, septiembre 3, 2024
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¿Una ética para modalidad virtual?

Posiblemente la edad influya en que los hechos sean olvidados –aunque no es un dogma–, sobre todo los que tienen menor impacto en los sentimientos de una persona, por ejemplo: nombres de estudiantes, amigos del colegio o instituto, historias escuchadas en el seno familiar.
Si retrocedo décadas, recuerdo que estudie para ser docente por una casualidad (no existiendo antecedentes en el árbol genealógico), tal vez por la curiosidad de trabajar desde una edad temprana (19), como una “salida u opción justificada”, ya que dos años antes había culminado el bachillerato, coincidiendo con la carencia de profesores en el país.
Cursos emergentes, título y mi primer trabajo, con estudiantes de enseñanza media, que en su mayoría tenían atraso escolar, entiéndase de 20 a 25 años en tercer año, cuando lo adecuado era entre 10 y 14, cuyos precedentes no eran ideales: embarazadas (aún no había la “certificación” de madres solteras), varones recién salidos de prisión por delitos menores, etc., lo que me permitió conocer un mundo real (el lado oscuro de la sociedad), pero además entender a los jóvenes y sus problemas.
Pasaron los años y con ello fui consolidando la ética, como componente intrínseco del comportamiento de alguien que se sitúa frente a un aula no solo para impartir contenidos, añadiendo a ello la transmisión de los mejores valores, que surgieron desde el núcleo familiar, siendo “moldeado” con premios, castigos, exigencia y otros.
No recuerdo que hubiera reglamentos o normas de comportamiento de un docente –sí asignaturas como sociología, psicología en la carrera – para saber qué se podía hacer o no. Sin embargo, quedaba claro que algunas acciones resultaban lógicas y que no se podía permitir: el fraude con la copia de exámenes, irrespetar y ser irrespetado.
Y me detengo en esto último, trayendo a colación varios hechos recientes, compartidos por mis excompañeros/as de trabajo, que me relatan el indebido comportamiento de estudiantes (no todos) cuando desarrollan sus clases bajo la modalidad remota o virtual, donde unos se desconectan, otros bromean, no prestando la atención necesaria, lo que genera bajos resultados académicos.
¿Cómo debe sentirse un(a) docente, cuando esto sucede?, ¿acaso será la misma reacción cuando un padre de familia siente que su hijo(a) le desobedece?
Es cierto que las clases no presenciales han provocado en los estudiantes un sinnúmero de trastornos, como: falta de apoyo del docente y de sus compañeros de clase o grupo de estudio, generando frustración ante la posible pérdida de la clase o asignatura. Y es que no necesariamente han sido capacitados por la institución para “entender” esta modalidad remota o virtual, pues se da por hecho que ya la conocen, pero no es cierto.
¿Existe acaso –analizado y discutido– un manual sobre ética profesional, en el cual sean recopilados criterios de acción y conducta humana, que facilite la puesta en práctica en el quehacer de los docentes, con base en las demandas de una sociedad que exige responsabilidad, credibilidad y compromiso de todos, actualizado para la educación en línea?
¿Fueron capacitados los profesores para desempeñarse como docentes en línea, de modo que se garantizase un eficiente servicio al estudiantado en cuanto a ayuda técnica y como apoyo de orientador pedagógico, para fomentar la interacción y colaboración entre sus estudiantes? ¿Se les enseñó a diseñar una carga lectiva y una evaluación adecuada, a fin de mostrarse y ser flexibles, accesibles y empáticos?
Considero que es necesario reflexionar ante tantas interrogantes, porque la tecnología llegó para quedarse, amén de la pandemia o no.

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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