domingo, julio 7, 2024

Risa y llanto

Francisco Arias Solís

“No te asustes, compañera que los hombres como yo, si lloran, es de alegría, si ríen, es de dolor.” Augusto Ferrán.

La cara es el espejo del alma
Digámoslo francamente. Todos nosotros somos tan sensibles al llanto como a la risa. Con frecuencia prorrumpimos en estrepitosas carcajadas viendo representar una comedia de un humorista que consideramos, sin embargo, perfectamente estúpida.
-¡Qué majadería! –exclamamos-. ¡Qué animal debe ser el autor!
Y seguimos riéndonos a mandíbula batiente, sin el menor disimulo, dando por sobreentendido que no es nuestro “yo” actual quien realmente se ríe, sino, más bien, mi “yo” anterior a nosotros; mi “yo” ancestral.
-Nosotros estamos por encima de esta categoría de ingenio –parecemos decir-; pero nuestros abuelos ¡se hubiesen divertido aquí tanto!
Y, no obstante, cuando un drama, como no sea Shakespeare, hace asomar las lágrimas a nuestros párpados, ¡qué esfuerzos los que realizamos para ocultar tales muestras de emoción! ¿Por qué hemos de ser tan pudorosos de nuestras lágrimas si lo somos tan poco de nuestra risa?
Generalmente se cree que las lágrimas demuestran ternura, bondad, amor al prójimo, y, si esta creencia fuese exacta, convengo que sería prudente disimularla, porque, de no hacerlo así, lo menos malo que nos podría ocurrir al final del espectáculo, sería el tener que irnos a pie hasta casa, desposeídos de nuestro último euro por algún amigo con aficiones psicológicas. Pero yo no creo que la lágrima del filántropo sea más fácil que la del misántropo. Quizá la risa revele, mejor que el llanto, cierta pureza de sentimientos, aunque lo probable es que, el llanto lo mismo que la risa, casi nunca se produzcan en el teatro más que por causa de excitaciones tan artificiales como el jugo de cebolla o las cosquillas. ¿O es que la acción de un grito destemplado sobre nuestro tímpano tiene un carácter menos mecánico que la de un ácido en contacto con nuestras glándulas lacrimales?
Afirmaba Descartes que “el verdadero dolor no tiene lágrimas como la verdadera alegría no tiene risa”. Y, sin embargo, nos dice el dicho popular que “la cara es el espejo del alma”. Y nos parece adivinar en la expresión de un rostro el dolor o la alegría que afecta al alma. Descartes nos dice que ese dolor que llora o esa alegría que ríe no son el dolor y alegría verdaderos, de lo cual parecería deducirse que son sólo su máscara expresiva. No hay máscara trágica sin lágrimas ni máscara cómica sin risa.
Indudablemente no hay mayor deshonra en llorar que en reír, y siendo esto así, ¿por qué no hemos de llorar públicamente con la misma facilidad con que reímos? Un amigo contaría algo gracioso en la tertulia, y, como de costumbre, todos celebraríamos su ingenio con grandes carcajadas. Luego, otro amigo nos haría un relato patético, y, durante cinco minutos, la reunión entera lloraría a lágrima viva sobre las tazas de café. La vida sería entonces mucho más diversa que ahora, y ciertos hombres y mujeres de humor melancólico, que actualmente se encuentran postergados en sociedad, podrían hacer un papel brillantísimo. Y es que, como dijo el poeta: “Te ríes cuando te digo / que eres causa de mis males: / ¡Pobre mujer!, ni siquiera / a tiempo reírte sabes”.

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