Marcelo Valero Alanes
Recuerdo a mis antiguos maestros de la facultad que muy jóvenes militaron en partidos de izquierda durante la dictadura militar, con la esperanza de crear un mundo mejor y justo. Mas, muchos de ellos se desencantaron en este siglo con la actual izquierda, que representa lo opuesto a sus nobles ideales. Quedaron desilusionados con la izquierda criolla que denominaron “izquierda consular”, al referirse a la subordinación ante los dictados extranjeros de La Habana, Moscú o Pekín (ahora hay que agregar de Caracas), cuando la idea era ser un país económica e ideológicamente independiente, no pasar de una servidumbre a otra. Esto me recuerda el Marx de 1847 que en “La miseria de la filosofía” escribió sobre la comprensión del desarrollo de la historia basada en el esquema hegeliano, que denominó materialismo dialéctico, que aplicado a la izquierda como la negación o antítesis que se plantó hace más de un siglo como el movimiento que iba a sacudir la sociedades del conservadurismo y opresión a las masas, que representaban las monarquías europeas, la realidad o tesis a negar. Pero al tomar el poder, se convirtieron en la nueva negatividad que, según las leyes de la dialéctica, debe ser reemplazada por una negación de la negación, una síntesis consistente en una nueva realidad política que subsuma los anteriores movimientos en una nueva forma que supere las dos formas anteriores de realidad.
Y es que la izquierda actualmente es un denominativo que cobija por igual a oportunistas, corruptos que se escudan en el pueblo para seguir impunes y de dirigentes que han instrumentalizado las luchas populares en beneficio propio, pues el pueblo, y, pese a los teóricos de los partidos, avanza sin partido ni caudillos, como dice el lema anarquista. Así que no esperemos al caudillo salvador, ya que las masas generarán los liderazgos que necesiten, mientras se defienden de un Estado hipertrofiado y despilfarrador de los impuestos que genera el pueblo, que a cambio recibe pésimos servicios del sistema judicial, educativo, caminero y sanitario.
Por eso podríamos hablar de “la miseria de la izquierda”, porque se transformó en lo que combatía como herramienta de opresión y justificación del autoritarismo, un instrumento para dividir la sociedad en compartimentos estancos, creando antagonismos en lugar de unir diferencias en políticas comunes, como la conservación del medio ambiente, o la mentada “soberanía alimentaria”, que no hay tal, cuando se reveló que mucha de la canasta familiar procedía de los excedentes del Perú. La corrupción campea a pesar de que la crítica de la izquierda de los setentas y ochentas estaba dirigida a denunciar la corrupción. Pero ahora vemos cómo son hechos tratos oscuros a espaldas del pueblo, como el programa nuclear firmado con el zar soviético o los contratos de las vacunas de la ya casi superada pandemia, así como las tratativas sobre el litio y las concesiones mineras auríferas cedidas al voraz y controlador imperialismo chino que está matando las cuencas hidrográficas y dañando la salud de las etnias que la izquierda decía defender.
Si lo central es buscar la justicia y paz social, ¿por qué se debe optar por un modelo centralista, autocrático y arbitrario? ¿Por qué debe estar reñida la justicia con la democracia? Democracia y prosperidad no deben ser términos opuestos, sino complementarios, pues la centralización y concentración del poder fue algo necesario en la antigua URSS en tiempos de guerra, pero es innecesaria en tiempos de paz, de la misma forma que no curamos un resfriado con quimioterapia.
Mayor igualdad no tiene por qué significar mayor autoritarismo y privilegios para ciertos sectores del aparato estatal, no tenemos que pensar que repartir la riqueza tenga que ser la prioridad, en lugar de crear condiciones para generar riqueza para todos, sin un Estado omnipresente, pues en el mundo real el principal actor de la economía popular es la mujer, que mueve alrededor del 70% de la economía popular y no gracias al Estado. Tan solo recorramos desde El Alto hasta los mercados de La Paz para comprobar que es la agricultura familiar y la micro empresa impulsada por humildes mujeres que se han ganado espacio, no gracias a la élite de la izquierda burocrática, sino al capitalismo del microcrédito, la propiedad privada de sus parcelas de cultivo y al libre mercado que hace que todavía tengamos productos ecológicos en la canasta familiar. Por eso no necesitamos una sociedad igualitaria hacia abajo, con todos pobres, menos un privilegiado grupo del politburó y de dirigentes sindicales, sino crecer hacia arriba. No igualitarismo hacia abajo sino igualdad de oportunidades para vivir sin miedo, sin tener que ser vasallos del Estado.