sábado, julio 27, 2024
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La desigualdad injusta ya no es rentable

Parte II

Nada podrá ser lo mismo porque se extiende la conciencia de que otro mundo es posible porque es necesario. Por lo tanto, todos los medios parecen ser válidos para alzarse contra las nuevas tiranías de los oligarcas que controlan los resortes económicos y financieros, así como los recursos materiales y los humanos. Si para éstos todo ha valido con tal de obtener los mayores beneficios, no es de extrañar que los pueblos se alcen y algunos se inmolen, como en la antigüedad lo hacían por su rey, por su dios, o por el Paraíso prometido. Los suicidas de hoy son equiparados por sus correligionarios a los mártires de ayer, pero con la vuelta de tuerca de morir matando para enfrentarse mediante el terror y la sorpresa a los Goliats con espada, mientras ellos usan chalecos explosivos como David utilizó la honda… Los Romanos tachaban de locos suicidas a los mártires, pero sus dirigentes religiosos los consideraban santos. Como hoy sucede con los terroristas que se “auto inmolan”, según la perspectiva de los oprimidos.
Sostiene Moisés Naím que hay varias razones para el malestar y la ansiedad que se expanden en todo el mundo con respecto a la desigualdad injusta porque ahora estamos mejor informados sobre las diferencias económicas que nos dividen. Sólo tenemos que encender un televisor o leer un periódico para que se nos recuerde nuestro lugar en la jerarquía económica mundial. La ansiedad por la desigualdad injusta también se ha agudizado debido a los temores al terrorismo o a la inmigración ilegal que son hoy comunes en los países más ricos. La consecuencia es que la falta de equidad en los países pobres termina generando amenazas directas para la seguridad y el bienestar de los habitantes del mundo más desarrollado. La oleada democrática que barrió el mundo desde la década de los 80 también ha situado la desigualdad en el centro de la conversación nacional en muchos países. El aumento de la democracia ha supuesto una mayor libertad para los medios de comunicación, que ponen de manifiesto la corrupción pública y denuncian los escándalos económicos. Todo esto ha aumentado la visibilidad de la desigualdad y ha erradicado la tolerancia que existía hacia ella.
Afirma Naím que “la desigualdad injusta es moralmente repugnante, políticamente corrosiva y económicamente debilitante”. Pero existe una larga historia de intentos fallidos de combatir esa desigualdad infame, incluido el cambio del sistema impositivo, las intervenciones en el mercado laboral, el control de precios, subsidios directos; la lista es infinita. En los últimos 50 años, ninguna nación con una distribución desigual de la riqueza ha conseguido erradicar esa desigualdad.
Las mejores políticas públicas para alcanzar un descenso sostenido y duradero de la desigualdad son las mismas que las necesarias para disminuir la pobreza. Proporcionar amplio acceso a una educación y a una salud mejores, agua potable, justicia rápida y fiable, empleos estables, vivienda y crédito, títulos de propiedad firmes y protegidos, estabilidad de precios, crecimiento económico. Aunque no alcancen sus fines de manera inmediata, disminuirán la pobreza inhumana y promoverán un cambio de mentalidad contra la desigualdad injusta, cada vez más intolerable por insoportable.

El autor es Profesor Emérito UCM.

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