lunes, septiembre 2, 2024
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Democracia, fábrica de nuevos ricos

La desigualdad social se ha profundizado en democracia. El civilismo, tal como lo hizo el militarismo, se ha enriquecido, de una manera inescrupulosa, con recursos provenientes del Estado boliviano. Ahí tenemos, y pruebas abundan, a los nuevos ricos, o demócratas de nuevo cuño, con inmensas fortunas que descaradamente detentan. Amasadas de la noche a la mañana y sin haber levantado ni una piedra. Se constituyen, indudablemente, en un insulto para los que subsisten apremiados por estrecheces económicas. El sistema restituido, hace aproximadamente 40 años, se presta, a estas alturas de la historia, para que algunos tengan en exceso y otros solo niños hambrientos y desnutridos.
“Los hijos de los pobres se desarrollan en una forma inferior a la de los hijos de los ricos. Se ha comparado el peso, la altura, la circunferencia del tórax, la fuerza muscular de los muchachos pobres y ricos y se ha comprobado, en todos los países del mundo, que los hijos de los trabajadores pesan menos, son pequeños y tienen una capacidad vital inferior a la de los ricos”, puntualizaba, en un proyecto de ley, que data de 11 de agosto de 1936, el senador argentino Alfredo L. Palacios (*).
Esta inquietud, reiterada hace más de ochenta años, parece que aún estuviera latente. Posiblemente, con ciertas diferencias. Pero que está latente, indudablemente, en nuestros días. Es que la pobreza y extrema pobreza, son lacerantes. Marcan el índice de postración, de los pueblos. Los políticos, tanto de derecha cuánto de izquierda, se comprometieron, con el fin de ganar votos, en épocas electorales, a cambiar esa realidad, pero que cuando llegaron al Poder, no lo pudieron hacer. De veras que “otra cosa es con guitarra”. El hambre y la desnutrición, que lastiman a la niñez en particular, configuran esa situación social. Tenemos importantes conglomerados humanos, que se dan modos para sobrevivir en austeridad. Pese que el país atravesó una época de bonanza económica.
Los hijos de la mayoría empobrecida, en democracia, se educan en establecimientos fiscales. En aquellas unidades, diseminadas en el campo y la ciudad, donde, en su mayoría, los edificios escolares han sufrido deterioros o son defectuosos. Sin servicios básicos, agua potable ni suficientes pupitres. En esas condiciones estamos educando, a quienes mañana tomarán las riendas del destino nacional.
La formación no es mala, ni desactualizada, sino que los padres de familia, no disponen de suficientes recursos económicos. Ello impide, en la mayoría de los casos, costear el estudio de sus descendientes. En este marco la deserción escolar ha crecido. Muchos, por lo visto, no culminaron con sus metas y quedaron frustrados. Éstos fueron absorbidos, ciertamente, por el comercio informal que crece día que pasa.
En suma: ahí radica la diferencia de quienes tienen mucho y de quienes tienen poco. Ahí están los grupos privilegiados y los grupos discriminados. La clase política no está a la altura, ciertamente, de comprender esta realidad. Su objetivo es medrar y medrar. No pierde el tiempo por ese afán.

(*) Alfredo L. Palacios: “La defensa del valor humano”. Editorial Claridad, Buenos Aires – Argentina, pág. 38.

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