domingo, julio 7, 2024
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La odisea del mercenario

Imitando una “Blitzkrieg” o guerra relámpago, que a Hitler le tomó apenas tres días para invadir Polonia en septiembre de 1939, añadiendo Bélgica, Noruega, Dinamarca, Luxemburgo y los Países Bajos en 1940, Vladimir Putin invadió Ucrania y, después de estar en las puertas de su capital Kiev, desde hace un año y cuatro meses, ahora se encuentra defendiendo Moscú.

Tal hecho, en el lenguaje militar, solamente puede ser aplicado a uno de los más elementales principios de la guerra, cual es el de contar con la mística y devoción de sus soldados para emprender dicha tarea. Estas virtudes, raras veces son demostradas por un ejército invasor y sí, son características de los ejércitos que defienden su país, su heredad, su religión y sus costumbres. Por el contrario, el sátrapa orquestó su ominosa tarea contratando un ejército de mercenarios, cuyo único objetivo era el de participar en la contienda a cambio de recompensa financiera o material.

Bajo esa óptica, la invasión fue minando las arcas de la economía rusa y la moral de una juventud que se resiste heroicamente a marchar a ese estúpido holocausto. Por su parte, el jefe del grupo de mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, luego de tomar bajo su control la sureña ciudad rusa de Rostov, amenazó con marchar a Moscú, en una rebelión armada que el líder de Rusia, Vladímir Putin, calificó de traición y que, aseguró, sería sofocada para evitar una nueva guerra civil.

Curiosamente, y contrariando las afirmaciones de Putin, el citado empresario de la muerte, que ya había sido acusado por la Fiscalía General de Rusia de organizar una rebelión armada, delito que pudo suponerle hasta 20 años de cárcel, anunció su sorpresivo retiro de las zonas militares tomadas, como el Estado Mayor y el aeródromo, dejando a su paso al menos 20 muertos en el ataque a helicópteros y aviones del ejército ruso en su avance hacia Moscú. Poco antes de llegar a esa ciudad, ordenó el repliegue, aduciendo evitar un derramamiento de sangre que, en boca de un sicario, es más falso que cojera de perro. Aunque medie la aclamación de la ciudadanía, la amnistía para sus sicarios o su exilio en Bielorrusia bajo la protección del presidente de ese país, Lukashenko, personaje que habría oficiado de celestino y amable componedor del conflicto.

Como colofón de esta demencial aventura, el mundo entero sólo obtendrá la cruel moraleja que demostró la enorme peligrosidad de ser gobernados por psicópatas populistas como Putin, que sólo pueden contar con el beneplácito y el apoyo de déspotas que se adelantaron muy pronto en ofrecerle su apoyo, como es el caso del inmaduro venezolano, del cubano, del dominicano, del brasileño y demás zánganos que libran una férrea batalla contra el imperio de la razón y de la democracia. Además, este episodio sirvió para hacer honor a esa famosa comparación que se hace cuando algo muestra signos de putrefacción, que dice: “esto está más envenenado que opositor a Putin”, haciendo alusión a los cientos que se opusieron a él y pagaron con la vida su atrevimiento, al ser envenenados como a bestias salvajes.

Sin el ánimo de pecar de clarividentes, convendremos que el destino de Prigozhin, socio y amigo del déspota, hoy en retirada, no merece ni una sola vida de los miles que tronchó en Ucrania por encargo y pago del psicópata circunstancial ruso y, por tanto, la suya, aunque se halle refugiado en Bielorrusia o la Santa Sede, pues ya no vale ni el raticida que le envíen, y su deceso simbolizará la odisea del mercenario.

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