domingo, septiembre 1, 2024
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Democracia y oposición

La oposición es el contrapeso al poder. El poder total es signo de autocracia, tiranía, fascismo, que recurre al control corporativo del Estado; es el uso de la violencia para la supresión del disenso (ejemplos encontramos en Cuba, Venezuela y Nicaragua). En estos gobiernos los ciudadanos que protestan son detenidos, juzgados, encarcelados y extraditados.
En estos países se niega cualquier visibilidad a la oposición: es la peligrosa enemiga que atenta contra la seguridad del Estado, entrando bajo la sombra del “golpe” que pretende derrocar al gobierno; o comete acciones que ponen en peligro la seguridad nacional; es así que, de cualquier manera, argumentos sobran para desmantelarla, y luego aniquilarla,
La democracia no es solamente el voto, sino también la capacidad que debe tener un pueblo para limitar al gobierno el daño que pueda infringirle al país. Un mal gobernante es aquel que no respeta la independencia de poderes, que manda solapadamente sobre el poder electoral, sojuzga sin disimulo al Legislativo y coopta la organización judicial. Una buena gobernanza no es solamente analizar la balanza comercial positiva, el índice de pobreza o la baja inflación.
Por supuesto que no hay sistema de gobierno perfecto, pero será mejor cuando permita la plena vigencia de las estructuras institucionales, es decir los contrapesos para exigirle al poder que cumpla y haga cumplir la ley. Un gobierno es imperfecto si no tiene oposición, y autorizados politólogos opinan que un buen gobernante debería promover que la oposición exista, y sea un balance en su gestión.
Analizando el caso boliviano, se ve muy claro que no existe oposición, y eso viene desde hace mucho tiempo; la una, la parlamentaria, está tibia, opaca e inactiva, en la realidad está sometida a la mayoría oficial; y del mismo modo la otra, la que nace del pueblo usando su derecho a protestar en acción pública, ya que enseguida el gobierno declara que se prepara un “golpe de Estado”, y así, del modo más prosaico, conjura la situación. De tal modo que, con el paso del tiempo, se ha instalado en el colectivo el temor: un estado de ánimo donde son evitadas algunas cosas, por ser arriesgadas y peligrosas. Es de esa manera que el gobierno anula a la oposición, y considera su misión cumplida, cuando lo consigue.
Esa es la situación boliviana, en un tiempo fue el terrorismo, ahora es la figura del golpe de Estado del 2019, hubo siempre una razón autoritaria, en extremo invalidante, para anular el derecho a protestar.
Apresar al Gobernador fue uno de los agravios más duros para Santa Cruz, y los ciudadanos poco pudieron hacer, parecen esquivos o impotentes para cualquier acción. Ahora, el motivo es el paro de 36 días, y la acción judicial fue iniciada, involucrando al rector de la universidad, que anticipó postularse en las próximas elecciones generales. Está dentro de los posibles activar un juicio contra cualquier persona de la que se diga que va a candidatear.
Como se ve, el oficialismo no desistirá en su propósito de continuar anulando a la oposición, y cuando no le alcanza la trama, porque la oposición se desborda, recurre a la represión para contener, detener y castigar, usando sin escrúpulo a la justicia, que actuará con audacia, dejando constancia de su alevosa severidad. La represión política es sinónimo de intolerancia y discriminación, aplicada acerbamente, hasta cohibir cualquier intento de reincidencia por parte del opositor.
Las acciones que sigue el Gobierno para borrar a la oposición, van más allá de ser reacciones espontáneas, son el resultado de estrategias urdidas por asesores: sociólogos, psicólogos y expertos en comportamiento socio-político de la sociedad en sus diferentes estratos.
La auténtica democracia es la que convive con la oposición, la gobernanza debiera tolerar, y la sociedad saber construirla.
Los bolivianos no son sumisos, tampoco resignados, solamente que no alcanzan a estructurar (salvo pocas ocasiones) una oposición permanente, activa y eficaz.

El autor es periodista.

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