Solo de mirar nuestra ciudad esta mañana, la hemos visto difusa, gris, irrespirable, además de desierta. Existe la sensación de un campo santo. Se esperaban lluvias para esta madrugada y persistió la sequía y siguieron ardiendo los montes y llanuras, arrasando con sembradíos, bosques y matando de sed o fuego a nuestros animales silvestres que no puede huir de las llamas porque no saben cómo hacerlo. Hasta el motacú de algunas taperas pobres se han convertido en antorchas consumidas por el fuego, pero, sabemos, que, debajo del motacú, nada existe, cuatro escasos palos; y eso es lo que les queda como vivienda a algunos de nuestros campesinos.
El Gobierno, como el de Evo Morales, ha sido reacio a dictar la “emergencia nacional” como si fuera una humillación ante la población boliviana o ante el resto de las naciones. Sin embargo, hoy la “emergencia” no nos sirve, porque la “emergencia” es para cuando algún asunto “requiere de una especial atención” para solucionarlo. Hoy, el Gobierno debería declarar “desastre nacional”, que son “perturbaciones graves del funcionamiento de una comunidad que exceden su capacidad para hacer frente con sus propios recursos”.
Eso sucede en esta Bolivia ardiente, sobre todo en el trópico seco. No tenemos medios suficientes para detener al infierno. Pasa que los fuegos exceden nuestra capacidad para combatirlos con recursos propios. Y quienes estamos quemándonos, asfixiándonos, no podemos esperar las ganas del Gobierno para solicitar ayuda internacional, que la hay y que está dispuesta. Quienes gobiernan juegan a la política, a preservar su imagen; a nosotros, los que respiramos humo, no nos interesa la pobre imagen de esos irresponsables, nos importa que se detenga la quema de nuestro territorio y la calcinación de nuestros sembradíos y bosques.
Como todo es burocracia en este pobre país, hay que esperar que el presidente ordene que se decrete la emergencia o el desastre nacional. Si no lo hace, porque sus ministros, para tranquilizarlo, le dicen que es exagerado, nos están sentenciando al padecimiento más infame. A un sufrimiento despectivo, de seres inferiores. Por lo tanto, creemos, como muchos, que la Gobernación cruceña debería declarar Desastre Departamental de inmediato, ya que no puede hacerlo nacional, y solicitar pronta ayuda a las naciones que puedan cooperarnos.
No podemos ser tan desgraciados para tener que estar a la espera de una lluvia que nos salve. ¿Y si demora una semana en caer una lluvia como la que necesitamos? ¿Y si se tardan dos semanas las benditas aguas del cielo? Entonces sí que nuestro departamento y otros departamentos hermanos nos habremos convertido en algo dantesco. Mientras que los escasos bomberos y los sacrificados voluntarios estén clamando por agua, comida, y hasta por un par de botas, la Gobernación cruceña debe tomar la iniciativa y olvidarse estos días de la política para concentrarse en salvar a su pueblo que está en una situación crítica.