Cada día son publicadas miles de columnas de opinión y comentarios de analistas en los que, más que análisis fríos de la realidad, se hace catarsis o futurología, sin considerar que la historia es experta en dar giros inesperados y contradecir a sus profetas. Y así, estamos mucho más acostumbrados a leer “Esto será así”, antes que “Me inclino a pensar que el escenario será este”, o a escuchar “La salida es por este camino”, en vez de “Teniendo en cuenta las circunstancias, pienso que la salida podría ser por aquí”. Estas actitudes son propias de casi todos los bandos extremos, tanto de izquierdas como de derechas, y la sensación de desorden tampoco es nueva. Pero lo que hoy es diferente es la complejidad del mundo, pues si bien hace unos cuantos siglos éste no estaba tan interconectado, no giraba tan rápido y, por tanto, podía ser predicho con una certitud relativamente fiable, ahora la complejidad de la economía y el auge de las tecnologías disruptivas aumentan la imprevisibilidad y hacen que ni los políticos más sagaces ni los economistas con mejores estudios puedan entender todo este entramado de fuerzas.
2024 será un año lleno de eventos azas complejos: más de 70 países acudirán a las urnas para elegir gobernantes y es probable que las guerras de Ucrania y Medio Oriente (el mundo concentra la mayor cantidad de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial) sigan cobrando vidas y debilitando la práctica de los derechos humanos. Hay elecciones que podrían definir guerras y guerras que podrían definir elecciones, pues tanto la guerra como el sufragio parecen estar condicionados mutuamente. En este contexto, con las IA ya en terreno de juego, cabe preguntarse: tantos procesos electorales ¿significan mucha democracia? Lo dudo, pues hoy el liberalismo libra una dura batalla en varios frentes (en África se celebrarán 16 elecciones, pero solo seis se harán en países considerados como democracias). El primero de estos es el de su propia doctrina, que parece ser más para el Siglo XX que para el XXI. Los otros son externos: maximalismos de izquierda, crisis climática, disrupción tecnológico-digital, entre otros.
Los políticos e intelectuales tanto de vertientes liberales clásicas como de izquierdas recalcitrantes parecen rehusarse a aceptar que el mundo es cada vez más descentralizado, multidimensional y diverso, y ello provoca que en él los sistemas de gobierno híbridos sean cada vez más comunes. En el Siglo XXI, ¿alguien podría pensar que casi 40 millones de estadounidenses, según un estudio de The Guardian y la Universidad de Chicago, aprobarían el uso de la fuerza tanto para permitir el retorno de Trump a la Casa Blanca como para impedirlo? Y esa no es una tendencia aislada, según la Fundación Kofi-Annan, ya que podría replicarse en otros países democráticos.
Pese a la desaparición de varios periódicos y la mordaza contra medios en regímenes autoritarios, el mundo vive cada vez más inundado de información, y ello, paradojalmente, hace que las personas seamos más proclives a la desinformación. A esto se suma el cansancio en el que las sociedades viven debido a que les es imposible digerir tantos datos, concernientes a cambios financieros y políticos, minuto a minuto. La cantidad de personas que declara “evitar” consumir noticias porque se sienten saturadas (yo entre éstas), es cada vez mayor, y ello podría seguir fisurando los sistemas de representatividad y el compromiso político, divorciando a la sociedad de los partidos y, por consecuencia, deslegitimando los gobiernos y poniendo en entredicho la gobernabilidad.
La investigadora y columnista española Carme Colomina, en su artículo “El mundo en 2024: Diez temas que marcarán la agenda internacional”, dice «El mundo se ha transformado en una “batalla de ofertas” que configura tanto la opinión pública como la acción de los gobiernos. Crece la diversidad de opciones y de alianzas. Las narrativas hasta hace poco hegemónicas o están contestadas o ya no sirven para explicar la realidad». Este aserto nos lleva a pensar en las ideas de Bauman, expuestas en el marco de su modernidad líquida: todo es cambiante, todo es mudable; ya nada en el mundo es, como ayer, estático. Y esta flexibilidad, pienso yo, debería llevarnos a la actitud de la tolerancia, de la perplejidad y de la resiliencia, mucho antes que a la del dogma, en todos los ámbitos.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.