Y la culpa la tenemos nosotros. Fuimos nosotros los que elegimos al MAS y le dimos victorias contundentes desde el 2005. Sí, hicieron fraude, se adueñaron de la justicia y utilizaron la prebenda y la violencia para atornillarse en el poder, pero sin nuestros votos, nuestra pasividad y nuestro miedo, no lo habrían logrado. ¿Por qué entregamos el país a una banda de sinvergüenzas? ¿Por qué entregamos el país a un partido que nos promete más estatismo y menos libertad?
Habrá que volver muchos años atrás para saber lo que pasó. La elección de Evo Morales en 2005 no se dio en un vacío histórico. El cáncer que nos hace siempre elegir lo peor, o incluso frenar lo que tiene algunos visos de funcionar, es de larga data. Bolivia tiene una psiquis autodestructiva, una psiquis estatista que parece imposible de desterrar y que nos suma en un eterno ciclo en el que una crisis le sigue a otra. Hoy asistimos a una nueva, una de las peores. Una crisis real y profunda.
No hay un peso partido por la mitad. Las reservas internacionales a diciembre del año pasado llegaban a solo $us 1.800 millones, de los cuales $us 165 millones eran divisas. Eso no alcanza ni para una semana de importaciones. Y si no hay dólares no hay combustible, y sin combustible no hay producción, y sin producción no hay comida. Y entonces todo estalla. Como decía el famoso economista Rudi Dornbusch, “las crisis toman más tiempo en llegar de lo que uno piensa, pero después pasan más rápido de lo que uno pudiera pensar”. Lo dijimos hace mucho tiempo, pero el gobierno ni se mosqueaba. Solo repetía su mantra de descalificaciones metiendo la cabeza en la arena: son aves de mal agüero, son los jinetes de un apocalipsis que nunca llega… hasta que llega.
Y aunque la situación es crítica, lo peor no es que no haya plata, lo peor es que no hay ideas ni voluntad política para corregir el rumbo. Al MAS no se le mueve un pelo viendo que la nave se va al despeñadero. Mantener el poder es su única preocupación y para ello siguen usando parches y empeorándolo todo con tal de llegar al 2025. Y ese es el gran peligro: al MAS no le importa destrozar cada vez más las capacidades productivas del país con tal de seguir a flote. Aquí algunos ejemplos.
Uno. Se comieron las reservas internacionales. Teníamos más de $us 15.000 millones en 2014, fruto de la bonanza de los precios internacionales y, como digo arriba, a la fecha nos quedan menos de $us 2.000 millones. ¡Se farrearon casi el 90% de nuestras reservas! Esto es una muestra clara de que al MAS no le importa el futuro del país. Cuando se terminó la bonanza y la responsabilidad llamaba a ajustarse el cinturón, el MAS prefirió meterle nomás para que siga la fiesta. ¡Que no se note que hay crisis, hay que seguir ganando elecciones! Pero esta irresponsabilidad hoy nos pasa la cuenta: no hay dólares, no hay combustibles y hay una devaluación de facto de casi el 30% en el mercado paralelo que nos tiene con una espiral inflacionaria ad-portas. Solo fíjense en la ratio de oferta monetaria (M1) contra reservas. Este ha crecido de 1, a mayo de 2019, a más de 7, a septiembre de 2023. En otras palabras, hace unos 4 años por cada dólar en reservas había un boliviano circulando, hoy hay 7. Si consideramos una definición más amplia de oferta monetaria (M2) son 14 bolivianos por cada dólar en reservas. Esto hace que el dólar, relativamente al boliviano, sea cada vez más escaso y se continúe devaluando. La consecuencia de ese proceso es siempre la inflación.
Dos. Dado que no hay dólares, el gobierno se sigue prestando plata y la deuda, entre interna y externa, llega ya al 80% del PIB. Nuestra deuda externa ha pasado de $us 2.208 millones, o 17% del PIB el 2007, a $us 13.512 millones, o 32% del PIB, en 2023. Es decir, la deuda externa ¡se ha multiplicado 6 veces durante la época masista! Y van por más. Las recientes negociaciones entre el Evismo y el Arcismo para levantar los bloqueos incluyen la aprobación de nuevos créditos con organismos bilaterales. El asunto es captar dólares, no importa si dejan un país endeudado hasta el cuello.
Tres. Liquidan a las AFPs y pasan los ahorros de los bolivianos a la Gestora, una entidad pública que se convierte en un monopolio estatal administrador de pensiones. ¿Por qué? Porque es mejor controlar los dólares de la gente y tener esa opción cuando las papas quemen. Otra vez, el asunto es poder raspar todas las ollas sin que importen las consecuencias en el futuro.
Cuatro. El gobierno mantiene el subsidio a los alimentos y a los hidrocarburos que ya nos cuestan cerca de $us 2.000 millones al año. Esto representa más de la mitad del déficit fiscal y casi el 5% del PIB. A todas luces, el subsidio es el gasto más alto del gobierno y solo eliminándolo o reduciéndolo significativamente se puede esperar que las cuentas fiscales mejoren y no se tenga que gastar más reservas internacionales. Pero el MAS no tocará el subsidio ni por asomo. Otra vez, prefiere que siga la fiesta, evitando tomar las decisiones difíciles y responsables. El subsidio nos deja un enorme hueco fiscal y en algún rato alguien tendrá que ponerle el cascabel al gato.
Cinco. Hablando de huecos fiscales. El gobierno lleva ya 11 años consecutivos de déficits fiscales con un ritmo de casi el 8% del PIB. ¿Cómo no vamos a seguir endeudándonos hasta el tuétano si seguimos acumulando déficits fiscales? ¿Y cómo no vamos a tener déficits fiscales si tenemos subsidios monstruosos, una burocracia de casi 600 mil burócratas, y una montonera de empresas públicas deficitarias y corruptas? ¿Quién pagará el pato? El MAS solo patea la lata hacia adelante.
Y así podríamos seguir listando indicadores que están hipotecando fuertemente nuestro futuro, pero déjenme volver a la premisa inicial. En el fondo, esta crisis no es culpa del MAS. El MAS es el síntoma, pero la verdadera enfermedad es el estatismo. Si en 2025 echamos al MAS, pero elegimos ser gobernados por partidos que no frenen el gasto, que no eliminen subsidios, que no eliminen empresas públicas, que no reduzcan el tamaño del Estado, las crisis seguirán tocando nuestra puerta una y otra vez. O cambiamos de paradigma o Bolivia nunca podrá dar un futuro digno a sus nuevas generaciones.
Antonio Saravia es PhD en economía.
Twitter: @tufisaravia