domingo, julio 7, 2024
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La espada en la palabra

Liberalismo para liberales de salón

Ignacio Vera de Rada

La doctrina liberal se puede resumir en tres actitudes: escepticismo (no poseo la verdad absoluta y es mejor dudar de mis prejuicios), humildad (lo que sé a partir de libros y cátedras es ínfimo) y tolerancia (el otro, diferente y adverso a mis ideas, también tiene derechos). Todo lo demás, como los principios del libre mercado, la separación de Iglesia y Estado o la educación plural, son solo consecuencia de aquella trilogía de actitudes y no el punto de partida de la libertad, cosa que muchos que dicen ser liberales no conocen o, peor todavía, no admiten.
En Bolivia han surgido últimamente algunos personajes que dicen adscribirse a las ideas de la libertad, pero que, en realidad, son autoritarios, lo cual los hace poco liberales, ya que pretenden que el librecambio y los mercados (los cuales, si bien son parte del liberalismo, de ninguna manera son todo el universo liberal, como creen) sean la panacea para remediar los males bolivianos, de la región y del mundo. (De manera parecida piensan las feministas dogmáticas o los socialistas ortodoxos, obviamente con sus propias recetas). Pero eso no es todo. Aquellos liberales de salón piensan y proclaman a todo pulmón que el derechismo o la derecha son la doctrina de la libertad…, barbarismo que a un buen defensor de las ideas de la libertad debería provocar indignación o risa y que devela una supina ignorancia, no ya en asuntos de filosofía política, sino solamente de historia universal.
Como cree HCF Mansilla, yo también pienso que entre estos nuevos liberales que quieren ganar el poder en 2025 hay muchos viejos lobos de mar de tendencias más bien conservadoras y librecambistas de antiguos partidos del llamado “neoliberalismo”, partidos que están muriendo y que, como el que hoy gobierna Bolivia, nada muy creativo harían para remover las estructuras anquilosadas sobre las que se mueve la sociedad boliviana. Muchos de ellos son el residuo de otros partidos que hoy ya están sin militancia y asumo que, dado que el ocaso de su ciclo vital se asoma, quieren jugar su última carta para acceder por una vez más al poder. Por consecuencia, con ellos en el mando del país al final se tendría más o menos lo mismo, pero con otra fachada política: un colectivismo tradicionalista, pero ahora con la palabra “liberal” en el nombre del eventual partido de gobierno.
A los liberales de salón hay que informarles que grandes defensores de la libertad individual, espíritus críticos y libres como Bertrand Russell, integraban en su cosmovisión y filosofía principios socialistas y progresistas (en el más auténtico y profundo sentido de esta palabra) y que el liberalismo es flexible, creativo, y de ninguna manera monolítico o una receta de pasos; que, dependiendo de las situaciones y siempre que defienda la libertad individual, puede estar por un momento cerca de la socialdemocracia, otro momento próximo al conservadurismo y otro momento cerca del librecambio, todo dependiendo de las necesidades sociales y el momento histórico. Habría que informarles también que un presidente no es un monarca y que en democracia existe una institución llamada Parlamento, con la cual aquel debe coexistir, y que, por tanto, muchos de los cambios que prometen implementar al día siguiente de su eventual ascenso a la Presidencia, no podrían hacerse en un Estado de derecho y una república que respete los pasos institucionales que merece todo cambio legal estructural. Habría que decirles también que para ser un candidato presidenciable serio se debe contar con dotes de estadista, y no solo de economista o empresario; esto es, se debe tener una amplia visión e ilustración sobre los temas que tocan a la sociedad y un conocimiento claro de lo que son las instituciones existentes y del ordenamiento jurídico vigente, el cual, aunque imbricado y ampuloso, hay que conocer para llevar a cabo las reformas que proponen.
Tengo la impresión de que una buena porción de los autoproclamados liberales es, en realidad, solo de librecambistas y conservadores en otros aspectos, pues, al menos cuando hablan en medios, nunca tocan temas de educación, salud pública, crisis climática, cultura, política exterior u otros más que también hacen a un Estado y una sociedad modernos, sino solo temas de privatización, acumulación de capital y reducción de aranceles. Pero la pregunta es si realmente estas últimas medidas o ideas serían las suficientes para mitigar la crisis multidimensional que atraviesa Bolivia y si el derechismo, del cual muchos se ufanan sin ruborizarse lo más mínimo, podría ser el camino correcto para los siguientes tiempos, que al parecer serán complejos. Habría que preguntarles si la receta del capitalismo no se ha convertido —como se convirtió el socialismo por culpa de los malos socialistas— en el fin o en un dogma, dejando de ser solo el medio.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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