miércoles, julio 24, 2024
InicioSeccionesOpiniónEl arte de parar la lluvia

El arte de parar la lluvia

Ernesto Bascopé Guzmán

Se dice, con apenas un barniz de humor, que la muerte y los impuestos son las dos únicas certezas que podemos alcanzar en nuestra breve existencia. No se trata, sin embargo, de una frase para la desesperanza. Antes bien, puede interpretarse como un llamado a la acción. Frente a lo inevitable, corresponde prepararse, en lugar de bajar los brazos y rendirse.
Hablando de certezas, añadiría a las precedentes una tercera, muy conocida en La Paz: las lluvias torrenciales entre noviembre y febrero. Cualquiera que viva en esta ciudad sabe que debe tomar todas las previsiones necesarias para protegerse de las tormentas y sus efectos. Cualquiera… excepto el señor Iván Arias, nada menos que alcalde paceño.
El responsable del gobierno municipal habría declarado, aparentemente molesto por las preguntas de un periodista, que no podía “parar la lluvia”, sugiriendo que los desastres eran poco menos que inevitables. Esto demuestra, aparte de cierta insolencia gratuita, una inquietante ausencia de preparación. Peor aún, pareciera que el señor Arias y su equipo están sorprendidos por la magnitud de las precipitaciones. ¿Habrán olvidado las lecciones del pasado? ¿Las conocen siquiera?
Quizás valga la pena mencionar una de estas lecciones, entre las más duras: la atroz granizada del 19 de febrero de 2002. Ese día, la ciudad sufrió daños por varios millones de dólares y, cosa aún más grave, se perdieron decenas de vidas. El análisis de la catástrofe demostró que no había sido la fatalidad o el destino, sino el resultado de décadas de dejadez, imprevisión e ineptitud en el gobierno municipal. En efecto, la vulnerabilidad de La Paz se explicaba en gran medida por las decisiones equivocadas de malos administradores, de esos que dan prioridad a obras cosméticas y de prestigio antes que a trabajos de prevención.
Los predecesores del señor Arias tomaron muy en serio este antecedente trágico, invirtiendo recursos en infraestructura y personal. Pero no fue el único cambio con respecto al pasado. Podría decirse que la principal transformación fue de orden mental: en lugar de aceptar las catástrofes como inevitables, fruto del más puro azar, se pasó a una lógica de prevención, basada en el conocimiento y el pensamiento racional.
Entonces, no se le pide al alcalde que influya en los elementos. Se le sugiere simplemente que recupere una visión de largo plazo y que continúe con la estrategia de prevención de riesgos emprendida por la ciudad hace dos décadas.
Adoptar esta visión tiene un costo político, naturalmente. Cuando se escoge a profesionales competentes, antes que a militantes fieles, es inevitable que éstos últimos manifiesten su descontento y se pasen al bando adversario. De igual manera, gastar recursos en obras de prevención no es muy atractivo como argumento de propaganda. Mucho menos, en todo caso, que pintar plazas u organizar verbenas.
Sin embargo, escogemos a nuestras autoridades para que se ocupen, en la medida de lo posible, del bien común, no para que organicen eventos ni para que conviertan las instituciones a su cargo en agencias de empleo para amigos, cortesanos y parientes. La actual gestión municipal tiene la obligación moral de dar prioridad a la ciudad.
Antes de que sea tarde, antes de que vivamos un nuevo febrero trágico, conviene recordarle al señor Arias, que sólo las lluvias son inevitables, no las catástrofes. En lugar de dominar el arte de parar la lluvia, ¿por qué mejor no aprender a prevenir sus efectos?

El autor es politólogo.

Artículo anterior
Artículo siguiente
ARTÍCULOS RELACIONADOS
- Advertisment -

MÁS POPULARES