Poeta, la musa obra inquieta, soberbia engatusa, rendida es atroz saeta. Apolo se presenta con Calíope para amansar la fiereza de Ezis, la angustia y la nostalgia de su galope, te hacen batallar con la sombra de tu némesis.
Obstinado a perderte custodiando un instante de pureza, tu alma se funde en un verso, evocación poética, francesa musa de scherzo. Sacral diadema, don versátil, bella gema, volátil poema.
Tras escribir ese caligrama, al poeta le persigue la agonía de la incertidumbre; esos cabellos negros se fueron sin avisar, ¿será que esa piel almendrada vaya a regresar?, esa sonrisa veraniega se fue sin anunciar, ¿será que esos ojos profundos brillan con alguien más?
El efugio del Parnaso también se desvaneció, dejando al liróforo desamparado; esa privilegiada imaginación, ¿será que otra vez regresa, para susurrarle al oído con su cálida voz?, esa bendita iluminación, ¿será que proviene de un misericordioso dios?
Entre tanto, el trovador contempla sus pasiones, formando nubes grises, generando una descarga abrupta de electricidad en su cerebro, manifestando un resplandor de emociones que habitan la atmósfera de su corazón, dejando caer su pluma como un rayo, sobre las hojas de una libreta fragmentada.
¡Repentino estruendo! Las palabras llueven a cántaros, inundando la ciudad de la concordia, exacerbando sus pulsaciones con aquella apetencia que lo deja discorde, pues siempre deambula en busca de la poesía épica y la elocuencia.
Ni las marejadas ciclónicas de su arte, son suficientes para alcanzar la excelsitud, es por ello que nuevamente evoca al dios Apolo, esperando por las nueve musas que duermen en el monte Helicón.
Calíope con su naturaleza virginal, le muestra los senderos que conducen hacia la inmortalidad; Clío sostiene generosamente sus triunfos, reuniendo sus mejores versos en un pergamino ceremonial; Erató, Euterpe y Polimnia con la melodía de sus instrumentos, encienden la antorcha de su amor no correspondido.
Melpómene interpreta una tragedia, tal como lo hacía su desamorada teatrera, mientras Talía anima al vate, con la abundancia de su humor risueño; Terpsícore danza en los prados de su ingenio, y Urania con su reconfortante inspiración, le muestra el camino de la redención, compartiendo un cielo plagado de estrellas y planetas inexplorados.
Inmediatamente la tormenta se disipa, al igual que la aflicción de esa agridulce compañía; la reina de las nubes, deja de ser reina, deja de ser nube, y se convierte en un vano recuerdo, moribundo cúmulo de asechanzas.
Sale un arcoíris como símbolo de conmiseración, refrendando la existencia de un dios compasivo, tolerante con los seres que comparten su sensibilidad artística. Ese es el amor que profesa un creador, concentrado en el efluvio de un ferviente deseo, se encuentra en medio de la intrincada complicidad que existe entre el poeta, la musa, y el poema.
El autor es Comunicador, poeta, artista.