No hay infusión sin poética que nos trascienda, como tampoco civilización sin paz que nos irradie.
Tenemos que aprender a valorar nuestra personal existencia; y, así, cada día debe ser un motivo de realización mística y una motivación plena de esperanza. Lo importante no es atesorar nada, sino marchar unidos para poder reencontrarnos entre sí, junto a los demás. Necesitamos entrar en acción conjunta, sentirnos acompañados y acompasados por el pentagrama del verso y la palabra, uniéndonos al órgano de lo armónico, que es lo que en realidad nos embellece a todos, al renovarnos con el vínculo de la inspiración creativa. Vivificarse corre de nuestro cargo. De ahí lo sustancial que será descubrir que debo cohabitar, mediante el inquebrantable asombro de una continua sucesión de oportunidades. Bien es verdad que ahora, con la cultura digital inmersa en nuestra sociedad, hasta el extremo de dominarnos por completo, e influyendo de manera decisiva en la formación del pensamiento y en la manera de relacionarnos, debiéramos dejar espacio para la acogida entre miradas y también tiempo para entrar en diálogo frente a frente, pues nuestro oportuno proceder es el mayor deber de honestidad que estamos obligados a cumplir.
De entrada, pongámonos a meditar como si cada aurora fuese la última jornada. Muerte, destrucción y división, nos lleva a la hecatombe total. Casi siempre la verdadera vida es la vida que no llevamos, lo que nos exige un cambio de actitud y repensar sobre los derramamientos de sangre, que conducen nada más que a la locura. Jamás olvidemos que somos gente pensante, que precisamos compartir abecedarios, al menos para descubrir, que todo surge de las pequeñas cosas de cada amanecer. Al final del trayecto, cada cual, editará el volumen vivencial de su paso. La oportunidad radica en el cumplimiento del amor, sembrado y conjugado colectivamente. Sin duda, será el mayor de los gozos, el haber cultivado el mundo de las relaciones, como ese mirar a las estrellas, para sentirse parte del firmamento celestial. Desde luego, el ámbito ascético es más necesario que nunca, para poder gestionar tensiones y conflictos o acoger fragilidades, que únicamente tienen sanación desde el afecto. El apego a los vínculos es lo que nos hace recrearnos y ser tolerantes, pero también no dormitar sin envolvernos de sueños.
Con el vocablo versátil de la ilusión, transitamos. Estoy convencido de que la verdadera savia contemplativa de cada uno, es la de todos y que nadie puede hacer nada por sí mismo, al ser parte de ese tronco humanístico, lo que requiere fraternizarse, haciéndolo corazón a corazón. A mi juicio, lo significativo es que hable la lengua inmaculada del espíritu y no tanto el lenguaje infecto de la pasión corporal. Todo lo contrario, a lo que se está produciendo hoy en el mundo, que apenas sabemos escucharnos, guardar silencio y querernos. En ocasiones, olvidamos que concurrir en nuestra historia de amor apasionado, nos demanda ser fuertes y tenaces en la lucha, para no desembocar en la rutina que todo lo paraliza, a través del soplo de la indiferencia y la desmotivación por la hazaña. En cualquier caso, no es justo quedarse al margen, ante los inquietantes problemas que atenazan a toda la humanidad. Me refiero al ansia de placer, la codicia de los bienes, la idolatría del poder; y tantas otras violaciones, comenzando por el respeto a la subsistencia, desde la concepción al ocaso natural.
La consideración hacia todo debe estar en los latidos de cualquier viandante, lo mismo sucede con la quietud, tiene que estar también en todas las percusiones de la crónica del trecho. No hay infusión sin poética que nos trascienda, como tampoco civilización sin paz que nos irradie. Sin embargo, hasta los logros de los avances pueden convertirse en manantial de conflictos y desbordarnos mar adentro. Indudablemente, uno aprende a convivir en la medida en que se mueve con la luz de la verdad, en que camina con el cumplimiento de las obligaciones y respetando los derechos del análogo, que son sus naturales rectitudes. Valores y principios que le sustentan y le sostienen como un ser de bien y bondad. La política de los grandes armamentos entra inmediatamente en cuestión. Para cuidar la claridad de las sendas, su defensa y promoverlas, lo que se requiere es entenderse y atendernos entre sí, poniendo el alma, no las armas. Anulemos el potencial bélico, en virtud de la dignidad humana que todos nos merecemos porque sí, propio de una presencia viva en robustecida concordia, que es lo que en realidad nos genera instantes de sosiego.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
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