miércoles, julio 24, 2024
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La espada en la palabra

El desprecio boliviano por los libros

Ignacio Vera de Rada

Trabajo enseñando a jóvenes universitarios que tienen generalmente entre dieciocho y veintiún años y me asombra la cantidad de huecos culturales con los que el colegio los despidió para enviarlos a los claustros universitarios. Incluso los estudiantes de colegios particulares “grandes”, en los que las clases altas tienen a sus hijos, adolecen de falencias educativas estructurales, las cuales se reflejan en la escritura, en la capacidad de razonar lógicamente con números o palabras o de resolver problemas mentales simples y en la expresión oral. Pero también poseen huecos preocupantes en cuanto a su bagaje cultural general se refiere, pues a preguntas como por qué este país se llama Bolivia y no Nueva Cádiz Criolla o República Tiahuanaco, quién es Mario Vargas Llosa o Steve Jobs o cuál es la diferencia básica entre una república y una monarquía (preguntas cuyas respuestas deberían saber, aunque sea someramente, no solo los aspirantes a politólogos o los literatos, sino también —creo yo— los candidatos a ingenieros de sistemas o diseñadores gráficos), la respuesta es normalmente un silencio de cementerio. Ahora bien, ¿cuál es el problema y dónde está su origen?
Es un problema multidimensional y tiene muchas causas. Puede tener que ver con la timidez, por ejemplo, a la cual es más propenso el andino que el oriental. Pero me temo que más tiene que ver con la indigencia cultural y que la falla está tanto en los hogares como en los colegios —tanto de ricos como de pobres—, pues en Bolivia el índice de lectores es dramáticamente bajo. Para hacer tal afirmación no se necesitan estadísticas de laboratorio o un despliegue de encuestadores que lo averigüe (que muy pertinente sería, de hecho), sino solo cuestionarnos si nuestro entorno social lee o contar las librerías y bibliotecas públicas que existen en las ciudades más grandes, como La Paz, Cochabamba o Santa Cruz, y comparar el resultado —proporcionalmente hablando, claro está— con el número de librerías y bibliotecas de ciudades como Río de Janeiro, Montevideo o Buenos Aires. Pese al tesonero esfuerzo de libreros y editoriales bolivianas, cuyo trabajo consiste en vender libros y amplificar el radio de consumidores de estos nobles objetos de papel, el boliviano medio no ha logrado interesarse todavía por el hábito de la lectura. Y leer, además de ser un disfrute, es una forma de volverse más tolerante ante las opiniones diferentes, de entrenar el músculo del cerebro para enfrentar los problemas de la vida y de razonar o conectar conceptos para descubrir cosas nuevas.
¿Esto quiere decir que, para tener sociedades menos caóticas y estudiantes más entrenados para pensar por cuenta propia, se debería implementar en los hogares y centros educativos un draconiano régimen lector? No lo creo, pues, al menos por lo que sé, también los finlandeses, los daneses, los alemanes y aun los chilenos o los argentinos, que se dedican mucho más a leer que los bolivianos, se divierten, asisten a fiestas desenfrenadas y hasta tienen su ración de holganza y de no hacer nada más que ver videos tontos en TikTok. El problema está cuando la lectura es prácticamente inexistente y se la trata de introducir en el joven como si fuera aceite de bacalao y no una deliciosa miel. Es decir, como un cruel castigo y no como un premio.
Vamos a hacer un breve ejercicio de remembranza, caro lector. Recuerda tu tierna juventud en el cole, tus años universitarios, el tiempo de tu primer empleo, tus primeras relaciones amorosas, y cuestiónate si en esos recuerdos ves a alguien de tu entorno social asistiendo a eventos culturales, haciendo referencia a alguna novela leída o ingresando en alguna librería para comprar algún libro. Puede ser que sí recuerdes a alguien, pues no es casualidad que quien esté leyendo este modesto artículo haya estado tal vez relacionado con personas interesadas por la cultura. Pero a lo que me refiero es a que la gran mayoría que escarbe en sus recuerdos tendría dificultades para recordar a alguien interesado en leer.
Ahora bien, para no terminar este artículo de una manera tan antipáticamente pesimista, podemos decir que en los últimos años las editoriales bolivianas, las cámaras del libro, los libreros y los mismos escritores, han trabajado con tesón para mejorar la situación. El resultado es una Bolivia con más ferias del libro (tanto internacionales como locales), con más posibilidades de publicar y con más librerías. En una palabra, con un poco de más receptividad y cultura librescas. Pero estos pueden ser falsos indicios, ya que lo que puede estarse haciendo con todo ello es potenciar el gusto de quienes ya son lectores empedernidos, y no así amplificar el radio de consumidores de libros.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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