Hace unos días, una de los miles de polémicas fugaces de las redes sociales estuvo centrada en Bolivia: el periodista Víctor Hugo Rosales criticó al grupo Ch’ila Jatun por haber incluido a la “tiktoker” Layme Hilary en el video de la canción “Ya no volveré”. En criterio del informador, el grupo es suficientemente famoso y, por tanto, no tenía necesidad de recurrir a los “tiktokers” que, en líneas generales, “no aportan en nada”.
Si nos mantenemos en las líneas generales, hay que admitir que, en efecto, la gran mayoría de los creadores de contenido en la red social TikTok no aportan en nada, puesto que sus videos solo buscan ser vistos para monetizarse. No hay enseñanzas y, por el contrario, amplifican los anti-valores y distorsionan lo poco que se aprende en la educación regular.
A mi juicio, el fondo de la polémica no estaba en la inutilidad de la mayoría de los “tiktokers”, sino en la persona convocada para el video. Layme Hilary es el sobrenombre de Hilaria Layme, una mujer originaria del santuario de Bumburi de Macha, provincia Chayanta de Potosí. Su familia, de nueve hermanos, es típica del norte potosino, donde los niveles de pobreza extrema son muy elevados. Con el propósito de ganarse la vida, ella migró a Cochabamba donde se empleó como trabajadora del hogar. En enero de 2023 comenzó a subir videos a TikTok y su vida cambió radicalmente porque tuvo tanto éxito que actualmente está entre las más vistas de esa red social.
El factor clave de Layme es el mismo de otra potosina famosa en las redes sociales, Albertina Sacaca: su talento, carisma y naturalidad le han valido millones de seguidores y, gracias a la monetización, ambas ganan ahora más que muchos profesionales y eso ha despertado una inocultable envidia, puesto que ninguna ha requerido estudios universitarios para ello.
Albertina ha sido víctima de sañudas campañas y hasta se falsificó un audio para desprestigiarla. La afectaron, pero no la derrotaron, porque ella sigue con lo suyo. Lo que pasó con Layme es que, de pronto, apareció en un video con unos señoritos, los señoritos hijos de los Kjarkas, uno de los grupos más emblemáticos de Bolivia. La reacción se parece a la de la ficticia San Javier de Chirca cuando el señorito Adolfo apareció públicamente del brazo de la cholita Claudina, la misma reacción que cuando el autor de esa novela, Carlos Medinaceli, hizo lo propio en la plaza 25 de Mayo, de Sucre.
Aunque él mismo no lo haya advertido, la reacción de Rosales fue ese atávico rechazo a la mezcla de supuestas clases sociales que todavía hoy se conoce como racismo: “¿Cómo ellos con esa?”.
Exaltó a los Ch’ila Jatun en la misma medida que degradó a los “tiktokers”. El argumento de la inutilidad de éstos, empero, impactaba directamente en Layme que, debido precisamente a su talento, carisma y naturalidad, no puede ser considerada una persona que no aporta nada.
Uno de los elementos más mentados en las críticas a Albertina es el tono de su piel, que incomoda a mucha gente que sigue metida en el anacronismo anti-científico de las razas. Esa misma gente se siente incómoda con las polleras de Layme pese a que, en los últimos años, esa prenda ha ido perdiendo el sentido peyorativo que tenía en el pasado.
Yo, que publico videos en TikTok, no voy a negar que la mayoría de los “tiktokers” no aportan nada. Si la mayoría de los bolivianos no negáramos nuestro racismo, sería más fácil erradicarlo.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.