El afecto entre semejantes, como las buenas intenciones entre análogos, nos impide precipitarnos al abismo.
Vivimos de los sanos alientos, de la gratuidad de darse y del donarse, de la conjugación de los sueños en un camino que es hermoso, a pesar de las cruces que nos ponemos e imponemos unos a otros; lo que requiere activar el sentido común, que no es otro que el de las obligaciones morales, liberadoras de este espíritu mundano de rigidez e intereses mezquinos, que nos usurpan la libertad. Ciertamente nuestro mundo no es fácil, son demasiados los frentes abiertos, tenemos abundancia de crisis y de fuerzas divisorias, que nos restan quietud dentro de uno mismo y armonía social entre los pueblos. El horizonte de la concordia, por consiguiente, es más necesario que nunca. Por ello, hay que fortalecer la confianza, cultivando los lazos de la auténtica amistad. ¡Cultivémoslos, pues!
Tejer una red de apoyo social, como puede ser la Tregua Olímpica que propone Naciones Unidas, es una bella pasión a fomentar, del mismo modo que lo hacen los participantes de los Juegos, que simbolizan la cooperación y la competición leal, en lugar de la división y el conflicto. Sea como fuere, hemos de silenciar las armas y mostrar que, el deporte, es un símbolo de luz en medio del aluvión de tinieblas que nos circundan, así como de conciliación en actividades comunitarias, encaminadas a fomentar la inclusión de las distintas culturas y el respeto entre ellas, promoviendo a la vez la comprensión internacional y el acatamiento de la diversidad. El afecto entre semejantes, como las buenas intenciones entre análogos, nos impide precipitarnos al abismo. ¡Fomentémoslo, entonces!
Son estas relaciones de gratuidad y donación, las que nos realizan como individuos pensantes, llevándonos más allá del simple éxito mundano. Sin duda, la culminación de lo humanitario, nos llega de la sabiduría mística cooperante, que nos universaliza y ramifica en el verdadero amor, atmósfera que nos enternece y eterniza, suscitando un culto a la cultura del abrazo sincero mediante la educación, el desarrollo económico y social sostenible, el respeto a los derechos humanos, garantizando la igualdad entre las mujeres y los hombres, originando la participación democrática, la comprensión, la tolerancia y la solidaridad. Para conseguir todo esto, al igual que para encontrar en cualquier lado el vínculo del apego, se requiere que cada cual lo ponga de su parte. ¡Sembrémoslo, luego!
Ojalá sirva esta aportación de un humilde articulista como reflexión en el descanso para que, frente a una suma de intereses absurdos de compra-venta, seamos capaces de reaccionar con un nuevo deseo de hermanarnos de corazón, sabiendo que nuestro horizonte son los amigos y que la alianza con techo adinerado, no edifica nada más que miserias y egoísmos. Lo importante es despertar, hacerse y rehacerse con la mano tendida y extendida siempre, con el lenguaje corporal, mirándonos a los ojos que es como se acaricia el alma, que no excluye a nadie y a todos nos armoniza. Colaborando, por muy minúsculos que nos sintamos, se puede hacer siempre algo grande. Quizás necesitemos banquillos comprensivos en quien confiar para sostener la esperanza. ¡Hagámoslo, ya!
En el hacer hay que unirse y reunirse para llevar a buen término algo juntos. Nada se consigue por sí mismo, como tampoco nadie se desarrolla aislándose. Eso sí, uno tiene que quererse antes para poder querer, como tiene que ser algo para poder forjar la chispa, porque si esto no sucede, nos adormece el virus de la indiferencia, o lo que es lo mismo, una vida cerrada a toda trascendencia y encerrada en meros intereses individuales. De ahí, que en la prosperidad sea más fácil encontrar aliados que en la adversidad, lo que nos demanda un cambio de actitud, en orden a reorientar este espíritu global en un consenso de pulsos, que nos encaminen a reconocernos en el otro, en el que camina a nuestro lado, como parte propia hallada. ¡Reencontrémonos, en consecuencia!
Víctor Corcoba Herrero es escritor.