Las elecciones presidenciales en Venezuela eran esperadas con optimismo por los países americanos, en vista de que se consideraba que la población mayoritaria de ese país votaría contra el hambre, la miseria y el retroceso al pasado. Y mostraría su anhelo por avanzar nuevamente por el camino de la democracia y la independencia nacional.
Al régimen reaccionario chavista –sin siquiera visos de reformista– se le demostró que las masas populares venezolanas no estaban encandiladas por ilusiones utópicas de pequeños grupos dominantes de las fuerzas del Estado. La dirección de ese régimen pensó que la población empobrecida y sometida a ofertas prebendalistas le daría la mayoría de la votación, con la promesa de que, en esa forma, se desplazaría a la miseria que sustituyó la libertad mediante la represión de fuerzas armadas, cárceles y persecución y, no menos, enriquecimiento a costa de las empresas estatales.
La población de esa nación, polarizada entre una mayoría abrumadora y una minoría dueña de las fuerzas del Estado, tendría que resolver el antagonismo social creado por el populismo, que sueña con la utopía de que se puede “construir” el socialismo sobre los restos descompuestos de un antiguo sistema comunitario o colectivista. Es decir, levantar sobre esos cimientos de arena el llamado “socialismo del Siglo XXI”, tabla de salvación del “socialismo ruso”, que difícilmente sobrevivió setenta años en medio de hambrunas, terror político, y la dictadura del partido dominante. Pero que al final se derrumbó hasta sus cimientos, sin que sea dado siquiera un tiro.
Esos antecedentes muestran que los resultados de las elecciones venezolanas del domingo pasado, anunciados a favor de Nicolás Maduro, con un fraude que traiciona una ilusión popular, solo se trata de un episodio efímero que será superado inevitablemente, porque el desarrollo histórico no se detiene y vuelve a poner a los países en su verdadero y correcto camino histórico, como demuestran decenas de casos contemporáneos.
Finalmente, se puede observar que en las elecciones de Venezuela participaron dos fuerzas antagónicas: la primera, una mayoría que votó contra el régimen reaccionario de hambre y miseria y, la segunda, una minoría autocrática que llevó a ese país al máximo nivel de decadencia. Es visible que en el escrutinio de esas elecciones se produjo un fraude ostensible, dando por resultado una aparente ventaja a la minoría corrupta, que quiere mostrar que la mayoría votó por la repetición del hambre y la miseria, en un acto electoral que la OEA definió como “manipulación aberrante”.