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Entre la amistad del perro y la humana menos leal

«El perro es la conquista más notable, más completa y al mismo tiempo la más útil, que el hombre ha conseguido sobre la tierra» (Cuvier).

 

Hace más de treinta mil años, el Canis familiaris fue el primer animal en ser domesticado por el hombre. Entonces lobos y humanos se disputaban durante la cacería las mismas presas, hasta que con el cambio climático comenzó a escasear la caza, logrando ambos asociarse en beneficio recíproco.

Aquellos lobos adquirieron hábito carroñero y tras miles de años de evolución comenzaron a acercarse a los humanos y ganar su confianza al ser aceptados dentro sus viviendas. Por esto es probable que en tiempos en que los cavernícolas pintaban escenas de caza en las grutas, el perro los acompañara echado cerca del fogón.

De esta manera, ya domesticado, comenzó a acompañar a tribus nómadas siguiéndolas tanto hasta los desolados parajes árticos o los desiertos africanos y australianos, desempeñando también nuevos oficios como la vigilancia, el tiro o pastoreo, sirviendo en algunos casos de lazarillos, guías o al rescate en casos de extravío y siniestros.

Entre muchísimas razas de todo el globo, en la parte andina perdura desde remotos tiempos el perro k’ala (sin pelo, en lengua nativa), que en la antigüedad ancestral fuera animal sagrado, como lo prueba cantidad de cerámica ceremonial con su figura. En tiempos del incario, al monarca se lo enterraba junto a su riqueza y los seres más queridos que se suicidaban para acompañarlo, enterrando a sus pies al perro que lo guíe en su tránsito al más allá.

Esto prueba que el perro es, no solamente el más antiguo sino también el más fiel amigo del hombre, a lo que se debe la extraordinaria difusión que alcanza hasta en los últimos rincones de la tierra, calculándose su población planetaria en mil millones, pero lamentablemente mucho más de la mitad sufren el abandono de sus amos.

Al parecer, la espontánea asociación que en tiempos primitivos prevalecía con los seres vivos, con el paso de los siglos se iría disipando en la formación de los núcleos urbanos, donde la responsabilidad de su mantenimiento se diluye en la liberalidad de sus dueños, quienes los echan a la vía donde se hallan expuestos a la intemperie, maltratos y enfermedades.

A esto se debe que por iniciativa de las sociedades protectoras se ha establecido el día 27 de julio como el «día internacional del perro callejero» para concientizar a la población sobre las pésimas condiciones de vida y maltrato que aquejan a los canes abandonados, con el propósito de inculcar en la ciudadanía el respeto que merece extenderse hacia las mascotas en general.

Menos mal que la figura de los mejores amigos del hombre, también se los asocia a uno de los santos más populares que despierta devociones por todo el mundo, particularmente Tarija, donde en la actualidad oficia de Patrono: el Santo de Montpellier, fallecido en Italia el 16 de agosto del 1300, al que lamiendo sus heridas se dice las sanaba un perro, que además todos los días le llevaba en la boca un panecillo que lo tomaba en la mesa de la casa de su amo.

A manera de digresión, pasando al tema de más grata recordación sobre el noble animal, se puede añadir un detalle poco conocido, contenido en un escrito anónimo, conocido por Acta Brevoria (Lombardía 1430), en el que consta que el amo del amigo de esta historia era el acaudalado Gottardo Pallastrelli, que un día intrigado por la desaparición del can, luego de seguirlo hasta la cueva del santo, compadecido por el abandono en que se hallaba, lo llevó a su casa para darle cobijo hasta que sanara de la terrible peste de la lepra.

Y cerrando la nota, apuntemos un dato más curioso aún, que se halla en la obra «Costumari catalá» de Joan Amades, mencionando que en la capital de Cataluña (Barcelona), al día siguiente de la fiesta de San Roque se manifestaba el cariño por los canes, acudiendo al templo para encender velas, entonar cánticos, gozos y oraciones delante la imagen del santo, pero aquel día ya no en honor al santo, sino a su fiel acompañante, permitiendo que al salir los canes sean adornados con collares y cintas.

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