domingo, agosto 18, 2024
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Una reflexión sobre el poder y el miedo

Marcelo Miranda Loayza

En la historia de la humanidad el poder ha sido un elemento central en las relaciones humanas. Sin embargo, su verdadera naturaleza y las formas en las que se manifiesta son temas de constante debate. La reflexión en torno a la administración y ostentación del poder, particularmente desde la perspectiva de la teoría hegeliana, nos permite comprender que el poder auténtico solo puede surgir en un contexto de libertad plena.
El poder, cuando es legítimo, se manifiesta en una relación dialéctica entre el emisor y el receptor, donde ambos encuentran una extensión de sí mismos en las palabras y acciones del otro. Esta relación no es coercitiva, es una convergencia libre y consciente de voluntades. Hegel nos recuerda que esta unidad entre el emisor y el receptor solo puede lograrse cuando ambos actúan en libertad, donde el receptor cede parte de su libertad al emisor, pero lo hace de manera voluntaria y no forzada.
El tiempo es un factor crucial en esta relación, ya que determina la permanencia de la conexión entre ambos actores. A medida que éste transcurre, la relación se fortalece o se debilita, dependiendo de la autenticidad y libertad con la que se haya construido. En este sentido, el poder verdadero es duradero porque está cimentado en una base de libertad y confianza mutua.
Sin embargo, cuando esta relación se distorsiona y el emisor recurre a la violencia para mantener su posición, el poder pierde su legitimidad. El uso de la violencia es una señal de que el emisor ha perdido su capacidad de seducción y persuasión y, en lugar de inspirar, opta por imponer. En este contexto, el poder deja de ser tal y se convierte en un simple ejercicio de dominación basado en el miedo.
El miedo, a su vez, es una emoción que, aunque puede ser poderosa en el corto plazo, no es sostenible en el tiempo; cuando el receptor actúa bajo el miedo, su obediencia no es una muestra de respeto o reconocimiento del poder del emisor, sino una reacción ante la amenaza. Este tipo de «poder» es intrínsecamente frágil, pues depende de la continuidad del miedo. Cuando el receptor supera su temor, el poder del emisor se diluye.
La historia está repleta de ejemplos de líderes y dictadores que han intentado perpetuar su poder mediante la violencia y el miedo. Pero, como señala Hegel, el poder basado en la violencia es efímero. Eventualmente, la represión encuentra su límite y la población, cansada de vivir bajo la sombra del miedo, se levanta contra sus opresores.
En este sentido es el propio emisor quien vive con miedo constante a perder la ostentación del poder. Esta es una paradoja interesante: el mismo líder que infunde miedo en otros, vive atrapado por el temor a perder su autoridad. El poder que alguna vez fu e legítimo y libremente aceptado se convierte en una carga insoportable, tanto para el que lo ostenta como para aquellos que lo sufren.
Este miedo que consume al dictador lo lleva a extremos irracionales, como ataques de ira, ansiedad y paranoia. No es raro ver a este tipo de líderes llorar, escapar o incluso caer en una espiral de autodestrucción. Los regímenes del populismo latinoamericano son un claro ejemplo de cómo el poder basado en la violencia y el miedo no solo es insostenible, sino que también tiene un impacto devastador tanto en la sociedad como en el propio líder.
La caída de estos regímenes autoritarios es inevitable porque, al no estar basados en el pleno uso de la libertad, están destinados a desaparecer. La relación entre el emisor y el receptor, una vez rota por la violencia, no puede ser reparada, y el poder, que alguna vez fue un instrumento de unidad, se convierte en una fuerza de división y destrucción.
El poder que se ejerce con violencia es, en última instancia, una ilusión. Aunque puede parecer fuerte y dominante, es inherentemente débil porque se sustenta en una base inestable: el miedo. Y cuando el miedo se desvanece, el poder también lo hace.
Hegel nos enseña que el poder verdadero no es una cuestión de dominación, sino de liderazgo. No se trata de imponer, sino de inspirar. Y cuando el poder se ejerce de esta manera, no solo es duradero, sino también transformador.

El autor es teólogo, escritor y educador.

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