lunes, diciembre 23, 2024
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Jarana diplomática

Manfredo Kempff Suárez

Como todo en este mundo está de cabeza y los cambios se suceden sin previo aviso, las extravagancias en la diplomacia también existen y nos sorprendemos (o no) cuando los mandatarios se insultan, cuando se rompen relaciones a troche y moche, cuando las naciones se amenazan y cuando incumplen compromisos pactados o simplemente ignoran las normas reconocidas en la comunidad internacional. Y hasta pareciera que funcionan viejas catapultas que lanzan pedrones de ida y vuelta por encima del Atlántico. Nada extraña en estos tiempos. Apelar a la Convención de Viena de 1961 para poner cierto orden, debe causar regocijo y risas, sobre todo en las festivas naciones latinoamericanas que, con aquello de la “diplomacia de los pueblos”, ya se han pasado por el forro toda norma de buen comportamiento y cortesía.
No sé exactamente cuántos meses hace que está en Bolivia el nuevo embajador argentino, Marcelo Adrián Massoni, y lo que inquieta es que todavía no haya presentado sus cartas credenciales al presidente Arce. Es una total desconsideración. Salvo que yo esté equivocado, Massoni presentó copia de sus credenciales a la cancillera Celinda Sosa, el mismo día en que entregaron sus respectivas cartas al jefe de Estado, como debe ser, los embajadores de Arabia Saudita, Zimbabue, Surinam, Eslovenia, Tailandia e India, todos representantes concurrentes, es decir sin residencia en Bolivia. Supusimos entonces que al embajador argentino lo recibiría el presidente Arce como se estila con los representantes residentes –como sucedió con su antecesor Basteiro– es decir en una amable conversación con el mandatario y con enarbolamiento de banderas y los Colorados de Bolivia interpretando los himnos nacionales.
Pero la lengua ponzoñosa de Maduro ya había envenenado cualquier encuentro y como el presidente Milei había expresado que Maduro, y los demás sátrapas zurdos eran una verdadera plaga, Arce, amigo fiel y socio de toda esa cofradía chabacana, se enojó. Además, Milei, como la mayoría de los bolivianos, no creyó el cuento del golpe militar de Zúñiga y lo dijo abiertamente. Doble molestia en Arce, y entonces el embajador Massoni, que ni credenciales había presentado a Su Excelencia, pagó el pato y tuvo que ir a dar explicaciones a doña Celinda (cancillera) y a doña María Nela (Ministra de la Presidencia) no solo de lo dicho por su presidente, sino, además, por la ministra Bullrich, quien, erróneamente, había expresado que existían 700 soldados iraníes perfectamente pertrechados en la frontera boliviano-argentina. La cancillería nacional, para demostrar su fastidio, llamó a “consultas” al embajador en Buenos Aires, el señor Tapia, como si el Kaiser alemán hubiera llamado sulfurado a Berlín a su plenipotenciario en París, en 1914.
Las relaciones entre Bolivia y Argentina no pueden estar peor en este momento. Claro que ambas cancillerías ahora se mandan besos y dicen que las cosas están bien, que el embajador Massoni está contento, que Milei ya se disculpó lo mismo que la señora Bullrich y que no hay que preocuparse porque Argentina ya no nos compre gas (que no lo tenemos) porque con esto del Mercosur y otras cositas vamos a establecer un magnífico y beneficioso intercambio. Sería fantástico que sucediera eso, pero no vemos cómo. Los bolivianos queremos sinceramente a la Argentina, fuimos parte de una misma patria (lo seguimos siendo a través de los cientos de miles de “bolitas” que laburan allí), tenemos héroes comunes como doña Juana Azurduy y admiramos, como todo el mundo, en la misma medida, a Sarmiento, Borges, Di Stéfano y Messi.
Lo del embajador Massoni ha sido desagradable pero no del todo inesperado. Con la gente que gobierna nuestro país actualmente todo se puede esperar. Les importa la ideología más que el interés nacional, pero no es la ideología de las ciencias sociales, del debate en torno a ideas fundamentales del hombre; se trata de nociones confusas donde el eje central es la pobreza, la miseria. En Bolivia disfrutamos con eso de la pobreza y de que nos roban todo. Nadie conocerá a un masista que no diga que nació y sigue pobre; que fue hijo de minero o cholita vendedora de mercado; todos vivieron con hambre, sin techo, abusados por los “karas”, hasta que llegaron al poder. El gran mérito fue ser pobre. Y la gran nota académica es, además, haber sido sindicalista y bloqueador de caminos.
El embajador Ariel Basteiro, que ocupó dos veces la representación argentina en La Paz, designado por Cristina Kirchner entre el 2012 y 2015 y por Alberto Fernández entre el 2021 y 2023, ante Evo Morales y Luis Arce respectivamente, lo vio todo muy claro, quedó encantado, y fue la antítesis de su sucesor. Es que allá gobernaba el kirchnerismo y aquí el masismo en sus dos vertientes: Evismo y Arcismo. Basteiro calzaba perfectamente con la “diplomacia de los pueblos” y no demoró en presentar sus credenciales a ambos mandatarios porque provenía del sindicalismo y de la pobreza. No era, ni mucho menos, el argentino elegante, educado, que conocíamos. Además, le encantaba la figuración, las fotos con la cholada bulliciosa, y pasándose por encima de todas las convenciones diplomáticas, asistía a los mítines políticos del MAS, a los desfiles con olor a pueblo, declaraba a favor del régimen y hasta bailaba con las “bartolinas”. Causaba estupor en la oposición, alegría en el oficialismo y silencio en su cancillería. Dos embajadores, dos circunstancias distintas y dos comportamientos, en este enredo diplomático que tiene como generador de conflictos al electoralmente derrotado Maduro y que involucra a todo el vecindario.

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