La información sobre que más de cuatro millones de hectáreas de bosque han ardido en el oriente del país es en verdad escalofriante y llama a reflexión de la población en general y no menos de las autoridades nacionales que, al parecer, no han podido atender oportunamente ese problema.
El pavoroso incendio de grandes áreas de árboles de las más variadas especies y que, además, están ocupadas por animales silvestres, llamó la atención de países como Argentina, que envió a Bolivia brigadas de expertos en apagar incendios, y últimamente de Brasil que firmó un acuerdo con nuestro país para apagar fuegos, cuyo humo no solo afecta a poblaciones bolivianas, sino que cruza fronteras. Por si fuera poco, millones de habitantes del oriente boliviano son víctimas de la contaminación de la atmósfera, que no solo perjudica la navegación comercial.
Este problema de la destrucción de bosques y planicies de pastoreo estalló hace unos diez años y se va repitiendo en los últimos años con mayor magnitud, causando enormes daños a la economía nacional, en momentos de crisis general. Es posible considerar que la extensión veloz de fuegos voraces que destruyen todo a su paso no es solo fruto de cambios climáticos mundiales, sino también de la mano del hombre, como se ha estado denunciando. En efecto, interesados en ampliar la frontera agrícola, interculturales que avasallan tierras, incluso en parques nacionales y otros aparecieron desde que en el país aparecieron normas que favorecen la quema de árboles y pastos, pues las mismas fijan multas irrisorias para los pirómanos. Y no se debe olvidar que, mediante sobornos, el control puede ser mínimo.
Ya se ha señalado que algunas medidas agrarias son tan negativas que, en realidad, propician desastres ambientales. Causas de problemas serían las medidas agrarias contenidas en la Ley INRA de reforma comunitaria del gobierno. Es cierto, miles de indígenas del altiplano abandonaron sus tierras, al quitárseles el derecho de propiedad. Y se han trasladado a la región oriental en busca de libertad para trabajar sus tierras o venderlas. Esos campesinos pobres, ocupan tierras baldías y prenden fogatas para preparar comida o hacen chaqueos. Pero como no conocen las condiciones climáticas del oriente, esos fuegos pueden expandirse y convertirse en grandes incendios. Distinto es el caso de quienes incendian bosques con premeditación, por intereses aviesos.
Resulta, pues, que la política agraria del país es culpable indirecta o directa de los incendios forestales. Por tanto, corresponde una revisión detalladas de toda la legislación agraria, para evitar, en gran parte, la propagación de las llamas sin control que afectan poblaciones que hoy imploran ayuda, a las cuales no se debería responder solo con profusa propaganda gubernamental sobre acciones no comprobables.
Por tanto, lo recomendable para evitar más desgracias, sería atacar una de las causas principales del problema, es decir revisar la legislación agraria que en realidad no protege a la madre naturaleza.
Eliminar causas para salvar bosques
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