martes, septiembre 17, 2024
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¡Roce con la muerte!

Ernesto González Valdés

En cuanto a accidentes de tránsito, ¿quiénes “participan más”, los motociclistas, los taxistas o los buseros? De aquí surgió la pregunta ¿cuál sería el termómetro para saber quién se llevaba las palmas?  Una opción: la propia televisión, la cual más allá de informarnos, nos ilustra visualmente, con el despertar del alba, sobre los hechos acaecidos en la noche anterior y la madrugada de hoy: choques o accidentes, personas asaltadas, etc.

Lo usual, en lo primero: motos que coinciden en un mismo punto con taxis y algún que otro bus, donde en ese momento desagradable, posiblemente concluya la historia para el más desprotegido. Sin embargo, el relato de hoy, le corresponde a un taxista, auto considerado como el as del volante, con décadas de experiencia y sin ningún accidente, según nos relató en los 15 minutos que duró la travesía por las calles de la ciudad donde resido.

De mi vehículo, el fin de semana –tras hacer las compras para el hogar – sentí cierto ruido y pensé “el lunes lo llevo al taller” y así fue. En la tarde el mecánico me regresó la llamada, indicándome que era un detalle lo que tenía y que ya podía pasar por el taller.

Pedí permiso en el trabajo, me despojé de alhajas, pensando en el asalto reciente a dos compañeros de trabajo. En la entrada de mi oficina, solicité a los cuidadores que anotaran la placa del taxi, como otra medida de seguridad. Y al partir como pasajero, comenzó mi viaje con ¡la muerte!

El tránsito resultaba pesado: había largas filas de motorizados en espera de los cambios de luces en los semáforos, respetados por uno y por el conductor donde viajaba ese día, ¡NO! Yendo como “copiloto”, lo que hice fue –al no existir cinturón de seguridad–  presionarme yo mismo contra el asiento, tomando el asa próxima al techo con fuerza, como si colgase estando debajo de mí un precipicio.

El vidrio delantero no me permitía ver con claridad, ya que el mismo estaba astillado, como los objetos animados y no animados se desplazaban con una velocidad feroz, en dirección contraria, aunque el velocímetro del taxi no funcionaba.

El chofer no respetaba filas de autos, simplemente pasaba al carril en dirección contraria por espacio de unos 200 metros; se introducía para acortar distancias por vericuetos no creíbles por la mente humana. Trate de dialogar con él en varias ocasiones, para tratar de distraerlo con la plática y que así bajara la velocidad.

¿Cuánto tiempo está al volante?, ¿conoce por lo visto bien la ciudad?, le dije, pero nada logré, resultó infructuoso. Inclusive el señor me confesó que podía ir un poco más aprisa, si se lo pedía. Felizmente la carrera llegó a su fin. Solo para mi tranquilidad, 24 horas después monitoreaba la “tele” y no aparecía la noticia sobre algún accidente de taxis. Estimados señores de la policía, ¡ayúdennos a mantenernos vivos!

 

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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