En mi último artículo (2/9, Brújula Digital) respondí a una columna de Jorge Patiño (23/8, Brújula Digital) que proponía que el gobierno del MAS era incapaz y corrupto, pero no socialista. Mi respuesta argumentaba que el régimen del MAS era, por supuesto, incapaz y corrupto, pero que “su fétido gobierno y su ensañada maldad” estaban claramente enraizados en una doctrina socialista.
Por cuestiones de espacio mi artículo se concentró en responder a preguntas que Jorge hacía para definir o identificar a un régimen socialista. Jorge preguntaba si el MAS había subido los impuestos a los ricos, había transferido todos los medios de producción al Estado, había invertido en las futuras generaciones mejorando educación y salud, o había intentado controlar los precios (excepto la gasolina). Como para él la respuesta a todas esas preguntas era “no,” concluía que el régimen del MAS no era socialista.
Aunque definir a un régimen socialista con estas preguntas no es lo más riguroso, yo decidí jugar en su terreno y traté de demostrar que la respuesta a esas preguntas era “sí”, con excepción, por supuesto, de la de haber invertido en las futuras generaciones mejorando educación y salud. Ahí yo argumenté que el MAS claramente no lo había hecho, pero que los países socialistas eran precisamente los que menos se interesaban en las futuras generaciones y los que más las maltrataban… ¿o no son esas generaciones las que más migran de esos países arriesgando sus vidas en busca de libertad?
Jorge Patiño ha respondido a mi respuesta (13/9, Brújula Digital). Debo decir, con respeto, que me pareció una respuesta flojita porque no rebate que el MAS sí les ha subido el impuesto a los ricos con el Impuesto a las Grandes Fortunas o les ha confiscado su propiedad privada con cupos a las exportaciones, controles de precios y nacionalizaciones. Tampoco rebate que el MAS controle los precios de muchos bienes de la canasta familiar, o que el MAS haya transferido una buena parte de los medios de producción al Estado creando cientos de empresas públicas y comiéndose cada año el 80% del PIB en su presupuesto anual.
En su respuesta, Jorge continúa argumentando que los países socialistas sí se preocupan de las futuras generaciones y pone como ejemplo a Suecia, Chile, España y Brasil que podrían ser calificados de socialistas porque son gobernados por partidos socialistas. Pero basta ver los índices de libertad económica para comprobar que ninguno de los tres primeros países es muy socialista que digamos. Suecia está en el puesto 9 de 184 países en el índice de libertad económica de la Heritage Foundation del 2023, Chile está en el puesto 21 y España en el 55. Brasil es otra historia (está en el puesto 124) y tiene niveles de desarrollo humano muy por debajo de los tres primeros. En ese mismo ranking, Bolivia es uno de los países más reprimidos o socialistas ya que se encuentra en el puesto 165.
Pero dejemos mi contra respuesta para otro momento. Hoy me quiero concentrar en algo que Jorge mencionó en su artículo original y yo no tuve el espacio para responder: las famosas “fallas de mercado.”
En algún momento de su artículo, Jorge habla de las propuestas de Kamala Harris y dice “sospecho que las propuestas progresistas de Harris merecerán el desprecio de Antonio Saravia y otros que creen que no existen las imperfecciones de mercado…”. Y tiene toda la razón: desprecio las propuestas de Kamala Harris y no creo en las imperfecciones de mercado.
Las “fallas de mercado” son un mito creado para justificar la intervención estatal. Definir una falla o imperfección requiere necesariamente de un parámetro. ¿Una falla con respecto a qué? El mundo es “imperfecto” y los mercados operan en esa realidad. ¿Es justo, entonces, pedirles perfección a los mercados? Las típicas “fallas de mercado” a las que la gente se refiere son las externalidades, los monopolios y la asimetría de información. Las externalidades pasan porque vivimos en sociedad. Es imposible eliminarlas. Si fumo puedo generarle una externalidad negativa al que no le gusta el olor a tabaco, pero una positiva al que lo disfruta. Si me pongo un perfume muy fino puedo generar una externalidad positiva al que le guste, pero una muy negativa al que sea alérgico. Si compro un auto genero una externalidad negativa (polución), pero le genero una externalidad positiva a los mecánicos. Si voy a la universidad le genero una externalidad positiva a la sociedad, pero una negativa a los que compiten conmigo por el mismo trabajo, y así… ¿Cómo podemos esperar que el gobierno elimine o compense todas estas externalidades? ¿Cómo sabrían los políticos cuáles son las preferencias de los afectados y cuáles las magnitudes que deberán pagarles para corregirlas? ¿No generarán los políticos un tremendo desbarajuste en la asignación de recursos tratando de corregir externalidades sin poseer esa información? ¿No son más reales las imperfecciones del Estado (falta de información e intereses propios) que las que éste pretendería resolver?
Y ¿qué de los monopolios? Si nos fijamos con cuidado comprobaremos que los monopolios que causan una “imperfección” en términos de reducir la cantidad producida y subir el precio tienden a ser los que son protegidos por el Estado. Si no existen barreras a la entrada los monopolios se comportan competitivamente no por la competencia que enfrentan, sino por la amenaza de la que podrían enfrentar si se descuidan. Ese incentivo no está presente cuando es el gobierno el que frena la competencia con alguna regulación o barrera a la entrada. La ineficiencia de los monopolios no es, por lo tanto, en la mayoría de los casos, una “falla de mercado,” sino una del Estado.
Finalmente, la asimetría de información es, otra vez, algo natural y no algo creado por los mercados. De hecho, son los mercados los que han diseñado las mejores formas para lidiar con ellas, no el Estado. Compre algo online y verá a lo que me refiero. Aunque uno no sabe si el hotel elegido es bueno o malo (asimetría de información), hay un montón de referencias de otros viajeros que nos guiarán. Si uno no sabe a qué doctor acudir, los comentarios y recomendaciones de otras personas nos lo harán más fácil. Si uno no sabe a qué universidad ir, los rankings creados por empresas especializadas nos darán una mano.
En suma, las famosas “fallas de mercado” son solo fallas en comparación a un Nirvana inexistente creado por un planificador benevolente que mágicamente posee toda la información sobre nuestras preferencias. Es decir, son solo fallas en comparación a algo que no existe y es imposible de construir. Pretender que los Estados puedan llevarnos hacia él, no solo es estéril, sino que ignora además las mucho más evidentes y tangibles fallas de los gobiernos.
Antonio Saravia es PhD en economía.
Twitter: @tufisaravia