Las dictaduras se impusieron, no sólo acá sino en la región, mediante la fuerza. Amedrentando, persiguiendo y encarcelando, a quienes pensaban diferente. Aún hay gente, de esas épocas, que pueden testimoniar tales extremos.
La democracia no es una concesión gratuita, sino el resultado de arduas luchas sociales. Ello está corroborado por la memoria histórica. Acá no hay donde perderse. En esta heroica tarea estuvo inmersa la ciudadanía, que aspiraba vivir sin sobresaltos ni restricciones. Los demócratas de nuevo cuño no advierten los peligros que aquello conllevaba.
En democracia, antítesis de aquél sistema político tan repudiado, se debería incentivar el diálogo, la concertación y el reencuentro, por el bien común. Por esos objetivos fundamentales se sacrificó vidas, como bien sabemos, en la lucha por la recuperación de las libertades. Existe, a propósito, una nómina de víctimas de las dictaduras. Se debería buscar, asimismo, con desinterés y vocación de servicio a la Patria, acuerdos, puntos de coincidencia y no siempre consensos, entre oficialistas y opositores, privados y públicos, que permitan ejecutar programas y proyectos a favor del Estado y pueblo bolivianos. El “enguerrillamiento” dispersa, confronta, resta y divide. No es el camino indicado para avanzar, porque siempre provoca el distanciamiento. En síntesis: promueve el retroceso a los tiempos de la barbarie.
En democracia, marcada ahora por la crisis económica, sanitaria y educativa, se debería profundizar la búsqueda de una buena sintonía, de entendimiento, en un marco de reconciliación nacional. Para que ello sea posible, se tendría que deponer –asumiendo una actitud de humildad– los intereses mezquinos, de índole personal o de grupo, que estimularon las peleas internas, que tanto daño le hicieron al país, en el pasado mediato e inmediato.
Deberíamos despojarnos de falsos orgullos, de triunfalismos y autoritarismos, considerando que lo prioritario, en este momento, es el destino del país. Y de ninguna manera de una persona o de un partido. Que está en juego el futuro de quienes vienen detrás de nosotros. En ese entendido no es nada honroso ni digno el tomar medidas represivas ni revanchistas. Tampoco contar con perseguidos ni presos políticos. Hechos que empañaron siempre la imagen democrática, no sólo de un gobierno sino de todo un país. No debiéramos emular a los regímenes dictatoriales del Caribe, que acallaron la voz de sus pueblos, con el fin, nada menos, de perpetuarse en el Poder. Que redujeron, con las fuerzas del orden, a quienes clamaban pan y libertad. Que encarcelaron a posibles candidatos a la primera magistratura.
Todo lo que se asume acá, repercute fuera. Bolivia no es un país isla o desvinculado de la comunidad internacional. Ella está, de una u otra manera, quiérase o no, en la mira de las naciones que la rodean. En la agenda de los organismos internacionales, que se pronuncian, oportunamente, sobre diferentes tópicos, de la política interna, para bien o para mal. Y toman notas de sus aciertos y desaciertos los acreedores que le inyectaron recursos.
En democracia, o el sistema de las libertades ciudadanas, se debería articular las actitudes inclusivas, de integración, de colaboración y respeto con las opiniones de quienes discrepan. Debiéramos tender puentes que hagan posible la conjunción de fuerzas e inquietudes por el engrandecimiento de Bolivia. Y no incurrir en los mismos errores, excesos y despropósitos de las dictaduras, que fueron expulsadas en los años ochenta del siglo pasado.
En suma: es menester e imperioso cuidar la democracia…
Cuidemos la democracia
- Advertisment -