jueves, octubre 31, 2024
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Guasón frente a Popper

Luis Christian Rivas Salazar

En la película el Guasón de Tod Phillips de 2019, Arthur Fleck es un hombre profundamente dañado desde su niñez, por eso se encuentra sumido en una depresión. Es un ser vacío y solitario, la manera de soportar el dolor de su alma se encuentra en el servicio de hacer reír a otras personas, un hecho que podría ser común en nuestra sociedad. Siendo estudiante de filosofía, conocí a un compañero de conducta introvertida y de carácter melancólico, a tal punto que su apodo era “El Kierkegaard”, en honor al filósofo de la existencia humana, la desesperación y angustia. Un día le pregunté por qué llegaba tarde todos los días a clases con su aspecto trasnochado, me confesó que trabajaba en doble turno, porque se había casado con una mujer que tenía dos hijas, una de ellas sufría de una deformación física que le obligaba a recaudar dinero para una operación donde se jugaba la vida. Me decía eso con su semblante triste, como si quisiera llorar con esos ojos siempre rojos y aguanosos, aspecto que le valió el sobrenombre. Me dijo que de noche trabajaba de mesero hasta la madrugada, y de día era “El cornetita”, animador de fiestas infantiles, el triste payaso de Javier Solís.

Arthur Fleck se caracteriza como Guasón para dejar de ser débil y convertirse en un ser despiadado que puede tener poder sobre la vida de los abusivos que lo atormentan y se burlan de él. Basta de ser el bufón, y manda un mensaje a las masas embrutecidas y aletargadas por el espectáculo: ¡Perdedores del mundo, uníos!, dejen de ser oprimidos por la represión de la autoridad. Así, encabeza un movimiento de los débiles que detrás de una máscara esconden la flaqueza, fealdad y deformación, pero con la máscara se ríen a carcajadas y deciden impartir la justicia por mano propia, cansados de la injusticia del más fuerte.

Pero en el filme Guasón 2, una mujer miente y se aprovecha de su condición para manipularlo. Encuentra a Fleck esperando obtener el poder del superhombre Guasón, de forma hilarante se enamora de la representación, de las expectativas, porque este hombre se muestra como un arlequín carismático sin remedio, sarcástico y corrosivo, atractivo, seductor, elegante casi “dandi”, “metrosexual”, pulcro, de buen humor y porte. No jorobado y defectuoso como Fleck. Ahora, es un “alfa”, un “megachad”, un “dios” peligroso y armado, capaz de destruir una ciudad y todavía ser poderoso, famoso y popular, miel para una mujer que lo busca como una abeja que merodea un jardín. Pero Fleck no soporta ser el Guasón, no es su esencia ni su naturaleza, no nació para matar, no puede actuar para siempre siendo alguien que no se es, se es o no se es, esto decepciona a la mujer. La hipergamia actúa sobre el instinto femenino, y abandona la corte. Como las masas salen decepcionadas de las salas de cine, al no encontrar al asesino y ver una obra, para ellos aburrida, por tratarse de un juicio penal de un payaso que asume su propia defensa, de paso bailando y cantando, horror de horrores, ¡no es “dark”!, ¿faltó sangre, fuego, explosiones y violencia?

Salen decepcionados del cine, como si fueran Lee Quinzel, porque aman asesinos en serie como Dahmer, pero estos son los niños de los que se preocupaba Karl Popper en sus últimos años de vida, quien lamentaba cómo la televisión era un poder ilimitado que dañaría seriamente a la sociedad abierta, por promover la violencia. Para Popper no puede existir libertad ilimitada, ésta destruye la misma libertad, por eso proponía la regulación y autoregulación. Pero la televisión tenía un poder que preocupaba también a Juan Pablo II, que las llamaba “niñeras electrónicas”. Ambos tenían razón, la televisión dio paso a las redes sociales y el contenido de entretenimiento banal, superfluo, cargado de violencia extrema y erotismo en películas de superhéroes y contenido de juegos en línea “streaming”, al alcance de los menores. Niños asustándose con sus padres frente a la pantalla, en una suerte de abuso psicológico que antes hubiera sido censurado con mayor drasticidad. Los infantes tienen acceso a la sangre y muerte apretando unos cuantos botones, esos niños son los hombres del futuro que ven con normalidad la violencia y toman como tedioso y aburrido un drama psicológico con “pocos” asesinatos.

Popper decía que los niños cierran los ojos ante una situación violenta, les da miedo por naturaleza y lloran, pero rápidamente se adaptan cuando están constantemente expuestos a situaciones extremas. Los padres y maestros poco o nada pueden hacer contra el monstruo de la violencia. El entretenimiento es “acción y más acción”, adicción y liberación de químicos difíciles de superar frente a una charla del profesor aburrida, hablando sobre paz y respeto. Por eso, prácticamente las instituciones educativas piden que los maestros sean comediantes para evitar la desgana.

Así surgen más Flecks, personas sin familia, primer círculo de cuidado del individuo, sin figura paterna o materna en casa, con traumas infantiles por no tener la debida protección frente al abuso y la violencia, en una suerte de circulo vicioso. Las “niñeras digitales” tratan de adaptarlos a una sociedad donde no existe el límite, donde los narcotraficantes son más seguidos que un matemático. Los hombrecitos buscan esos ejemplos y las niñas esperan ser sus futuras esposas para costear sus cirugías. Estamos retrocediendo a la cueva y la ley del más fuerte, una sociedad tribal ajena a la sociedad abierta, ¿Popper tenía razón?

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