Bolivia atraviesa una crisis marcada por la violencia social y el deterioro institucional, resultado de más de una década de administración por parte del Movimiento al Socialismo (MAS). La gestión de Evo Morales no solo dejó un rastro de problemas económicos, sino también un legado moral cuestionable que sigue afectando al país. El deterioro es evidente con la escasez de gasolina, dólares y, lo más alarmante, con la ausencia de ideas claras por parte del gobierno de Luis Arce, quien, lejos de solucionar los problemas, parece estar atrapado en un callejón sin salida.
Durante el mandato de Evo Morales, se privilegió una política económica basada en el despilfarro y el extractivismo, sin sentar las bases para un desarrollo sostenible. Ahora, los efectos de esa gestión están saliendo a la luz de manera clara, afectando gravemente la vida cotidiana de los ciudadanos. La falta de combustible es solo un síntoma de un problema más profundo que involucra la corrupción y la mala administración de los recursos públicos. Luis Arce, quien fue Ministro de Economía durante la mayor parte del gobierno de Morales, no ha logrado desvincularse de ese legado ni presentar soluciones eficaces para revertir el descalabro.
La crisis actual no es solo económica, sino también ética. Cuando los lineamientos morales son relegados en la administración pública, los resultados son evidentes: abusos, corrupción y un sistema judicial que no inspira confianza. La gestión pública se ha convertido en un espacio donde prevalecen la mezquindad y la incompetencia, lo cual debilita el Estado de derecho y deja al país expuesto a la arbitrariedad. La falta de respeto por la ley y la Constitución se ha normalizado al punto de que incluso el gobierno actúa al margen de ellas, lo que genera un caldo de cultivo ideal para el abuso de poder.
La falta de un adecuado Estado de Derecho se manifiesta en todos los ámbitos: desde la justicia hasta la economía. Cuando el mismo gobierno es incapaz de cumplir la ley, se genera un efecto dominó donde otros actores políticos y económicos también se sienten en libertad de actuar al margen de la norma. Los incendios forestales, que consumen grandes extensiones del territorio nacional, son un reflejo de la ausencia de control y planificación, lo que lleva al caos en la gestión del país.
La sociedad, mientras tanto, se encuentra profundamente dividida. Por un lado, existe una masa de seguidores del oficialismo que, cegados por el discurso partidista, no cuestionan ni critican, simplemente asienten. Por otro lado, la oposición tampoco parece ser una alternativa real, ya que carece de un discurso coherente y de propuestas que puedan plantear un cambio significativo. Esta falta de liderazgo y de ideas en ambos bandos ha sumido al país en una mediocridad que se refleja en todos los ámbitos de la vida nacional.
El filósofo Ludwig Wittgenstein sostenía que el pensamiento es un reflejo del mundo y que el lenguaje cambia según nuestra interacción con él. En Bolivia, el lenguaje político refleja ignorancia y falta de profundidad. El debate público está lleno de retórica vacía y de discursos que no abordan los problemas de fondo. Por ende, la pobreza no solo es política, sino también intelectual; estamos atrapados en un círculo vicioso de falta de ideas y soluciones, donde los discursos no tienen sustancia.
La polarización social está a punto de estallar en una convulsión sin precedentes. Las tensiones acumuladas por años de desencuentros y decisiones equivocadas están alcanzando un punto crítico. La falta de consenso y el resentimiento entre los diferentes sectores de la sociedad son los ingredientes de una tormenta perfecta que podría desembocar en una crisis aún mayor.
Quizás esta situación sea el resultado inevitable de una larga cadena de errores electorales. El ascenso al poder del Movimiento al Socialismo marcó un punto de inflexión en la historia reciente del país, donde se optó por un modelo político que, a largo plazo, ha demostrado ser ineficaz para generar desarrollo real y sostenible. La elección de Evo Morales y su séquito fue, en última instancia, una apuesta por un sistema que ha fracasado en sus intentos de ofrecer un mejor futuro para Bolivia.
La reconstrucción del país tiene que pasar por un cambio de paradigma en la gestión pública y la política. Es necesario retomar los valores éticos y morales como eje central de la administración pública, donde la ley sea respetada y se garantice la justicia para todos. La crisis no se resolverá con parches o soluciones temporales; se requiere una transformación profunda y estructural que recupere el Estado de Derecho y garantice el bienestar de los ciudadanos.
El autor es teólogo, escritor y educador.