“Parece que los muertos se vuelven buenos. No… Este era un hijo y será recordado como un hijo de p…”. Es una de las últimas expresiones del lenguaraz Javier Milei, con referencia a un recientemente fallecido y enemigo político suyo, que provocó una airada respuesta del peronismo, que tildó al presidente de “hiena carroñera”. En la Argentina, la siempre proclividad al exceso verbal alcanzó volúmenes enormes desde que en el escenario hizo su aparición el excéntrico liberal-libertario.
En el contexto nacional, los términos en la política no serán tan pedestres, pero la confrontación en ese terreno tampoco es menos troglodita; es “una cena entre bárbaros”, como el mexicano Carlos Fuentes definió a la política. Y así, como entre Milei y el peronismo se ha desatado una incontenible guerra de insultos, entre los radicales y los renovadores del masismo se ha establecido una pugna que no es ideológica, sino de poder, derivando en una desenfrenada contienda de dicterios, amenazas, acusaciones y cuanto pueda contribuir a la desacreditación del adversario.
Algunos analistas, hablando de las diferencias entre arcistas y evistas, dan a esa pelea un cariz de impostura, como si fuera una actuación que, tras bastidores, paladean las mieles que por muchos años vivieron entre ellos, tapando todas las fechorías que durante el mandato de Evo Morales hizo éste, incluyendo los delitos de estupro y otras conductas lujuriosas que en su tiempo exhibía incluso en público.
Aunque aquello ya es historia, no se puede descartar —por el cinismo de ambos— un sana-sana, si eso garantizara prolongar su poder. Por el momento, la guerra verbal cada día se atiza más, luego del fallido “intento de eliminación” del déspota, según versión de éste mismo… Se han escuchado intimidantes advertencias de que policías y militares deben retirarse del Chapare “si quieren preservar sus vidas” o de que el presidente Luis Arce tiene los días contados. En un país civilizado, esas conminatorias merecerían reclusión. Pero acá la impunidad ha adquirido carta de ciudadanía cuando los infractores de la ley son todavía correligionarios… aunque sea distanciados.
Tampoco ceden los insultos entre ellos. Se tratan de analfabetos, asesinos, cadáveres, fracasados, narcotraficantes o se acusan de corruptos, porque el lenguaje permite muchas licencias y hasta blasfemias lingüísticas alentadas por estos gobiernos socialistas. Pero en el lenguaje político cabe todo y uno de sus resortes es precisamente la ausencia de límites, la banalización verbal que hizo de la libertad un libertinaje impune, por medio de diputados, ministros y directores, por un lado, y de dirigentes sindicales, gremiales, etcétera, por el otro, sin linde. Hay fuego cruzado y sin filtros; convirtieron la actividad política en una anomalía social.
Que al presidente argentino le “gustaría meterle el último clavo al cajón del kirschnerismo con Cristina adentro”, da cuenta de la morbosidad de las guerras verbales en la política especialmente latinoamericana. Acá, ambos frentes se acusan de haber encabezado —cada uno de los líderes— los peores gobiernos de la historia (algo en lo que coincido en gran parte). Pero también se califica de narcotraficante al líder cocalero, y de agente del imperialismo yanqui a Arce Catacora. Pero hay una diferencia cualitativa entre el hablador Milei, cuya descalificación de los socialistas se basa en palabras que el uso comunitario considera incorrecto pronunciar por valoraciones morales ya predeterminadas por la urbanidad, y la chorrera de insultos de los masistas, y que en la política el populismo es terreno fértil para la conflictividad y la proliferación de calificaciones peyorativas muy personalizadas; de otra manera, no estaría cumpliéndose el objetivo de la denigración.
El filibusterismo tradicional en nuestra política me recuerda aquel memorable pasaje del parlamento inglés entre Winston Churchill y Lady Astor, quien le dijo a aquel: “Si usted fuese mi marido, le envenenaría el café…”, a lo que Churchill velozmente replicó: “Y si a usted la tuviera por esposa, tomaría ese café con gusto”. Claro que el sarcasmo elegante de esos personajes de elevada cultura nada tiene que ver con las pachotadas que en la Asamblea Legislativa Plurinacional se profieren.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.