El intento de derribar un avión militar con piedras en Senkata en 2019 se ha convertido en un símbolo de la irracionalidad que caracterizó los disturbios tras la salida de Evo Morales del país. Esta imagen, icónica y absurda, más allá de lo anecdótico, revela una profunda problemática en la sociedad boliviana: la falta de racionalidad y el peligro inherente a la ignorancia.
No se puede derribar aviones con piedras, como tampoco se puede ganar una batalla apelando únicamente a impulsos primitivos. Sin embargo, las acciones que se vieron en Senkata, donde se intentó hacer explotar una planta de gas, son aún más preocupantes. La ausencia de una mínima consideración sobre el alcance de una explosión de tal magnitud, la cual podría haber afectado incluso a la ciudad de La Paz, demuestra la desconexión entre pensar y actuar.
Repasando las imágenes grabadas por distintos medios de comunicación de los actuales bloqueos masistas en Cochabamba, donde el séquito de Morales pide que se levanten todas las denuncias por trata y tráfico de personas, es decir, que Morales sea inmune a la justicia, se puede observar con claridad, cómo los seguidores de Morales lanzaban petardos a camiones cisternas llenos de gasolina. La ignorancia sigue campeando peligrosamente en medio de los denominados “movimientos sociales”.
Lo que queda en evidencia, a través de estos episodios, es un patrón de comportamiento, donde la violencia prima sobre la razón. La masa acrítica, descrita por Ortega y Gasset en su obra “La rebelión de las masas”, parece encarnar la realidad boliviana actual. Según el filósofo, la masa actúa por instinto o consigna, sin reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. En Bolivia, esto se traduce en una sociedad atrapada en la ignorancia, donde la capacidad de razonar ha sido reemplazada por la disposición a actuar violentamente.
El Movimiento al Socialismo (MAS), encabezado por Morales, ha jugado un papel crucial en la formación de esta mentalidad. El discurso polarizante y la retórica de confrontación han fomentado una cultura de seguidores que ven la lucha y el enfrentamiento como únicas soluciones a sus problemas. Esta dinámica no solo es peligrosa en términos de estabilidad social, sino que además perpetúa un ciclo de ignorancia y violencia.
Los incidentes en Senkata y Cochabamba reflejan cómo una parte de la sociedad ha sido inducida a actuar sin una mínima reflexión crítica. Lanzar piedras a un avión o petardos a un camión lleno de gasolina no son actos de resistencia, sino de desesperación y falta de entendimiento. Estas acciones no obedecen a una estrategia racional, sino a una reacción visceral que pone en peligro a todo el país.
Es preocupante observar cómo la irracionalidad puede ser utilizada como arma política. En lugar de fomentar el diálogo y la comprensión, algunos líderes han optado por alimentar la división y el odio, generando un ambiente en el que el razonamiento lógico tiene poco o ningún lugar.
En definitiva, Bolivia se encuentra en una encrucijada. La sociedad puede seguir siendo presa de la ignorancia, con todo lo que ello implica para la estabilidad y el desarrollo, o puede optar por romper las cadenas que la atan a un comportamiento impulsivo y destructivo. La decisión está en manos de todos los bolivianos, pero requiere un esfuerzo consciente para recuperar el pensamiento crítico y rechazar la violencia como única forma de expresión.
El camino hacia una sociedad más racional y justa no es fácil, pero es necesario. La historia reciente de Bolivia es un testimonio de lo que sucede cuando la razón cede ante el impulso y la violencia toma el control. Sin embargo, también ofrece una oportunidad única para reflexionar y corregir el rumbo, evitando así que se repitan los errores del pasado.
En conclusión, no se puede derribar aviones con piedras, pero tampoco se construye un país sobre la base de la ignorancia y la violencia. La única manera de superar este momento crítico es fomentando una cultura de diálogo, entendimiento y pensamiento crítico. Solo así se podrá garantizar que el futuro de Bolivia sea uno de paz y prosperidad, y no de caos o de un enfrentamiento fratricida.
El autor es teólogo, escritor y educador.